domingo, 22 de octubre de 2017


19 días y 500 noches



El filón de las obras musicales parece no tener fin. En base a este o aquel motivo las partituras saltan al escenario y aprovechando el tirón de las canciones ya conocidas auguran un éxito. Y si, como en el caso de anoche, las letras musicadas de Joaquín Sabina se revisten con la túnica de canalla que tanto ha lucido, pues parece que la opción está clara: había que ir. Los acordes de un excelente grupo de maestros ejercieron de maestros de ceremonias y todo el auditorio esperábamos ansiosos la evolución de la obra. Alguien comentó que se alargaría más allá de las dos horas y media y en base a los estribillos que cada tatareábamos para nuestros adentros dimos por válida la extensión. Cinco minutos de rigurosos retraso y el telón abierto. Primera sorpresa. Una componente llamada Sabina, de la que media hora después descubrí que era un espectro de alguien que vivió en esos ambientes, comenzaba a cantar. Llegué a pensar en serios problemas auditivos al no entender en absoluto la melodía que interpretaba. La orquesta superaba con creces a la voz y mi desconcierto echaba a andar. La cosa continuó con unos veinte personajes más a los que apenas pude vestir de modo inteligible. Fulanas buenas, mafiosos ingenuos, torpes de comicidad simple que arrancaban las risas  con gags de sobra conocidos, y un argumento aún por descubrir. Y el culo, juzgador equilibrado, moviéndose en mi asiento de aquí para allá. Mala señal; aquello no era lo esperado. Para más inri, una selección musical que ni siquiera los amigos más sabineros nos acompañaban se atrevieron a tararear iba completando esa macedonia inconexa. Así, entre grises y números musicales que no venían a cuento, el descanso. No salimos de la sala por mantener la esperanza ingenua sobre el vuelo de la obra. Reanudación con la canción que daba título a la puesta en escena, palmeos, algún que otro coro desde las butacas y de nuevo, plof. Ya daba todo igual. Lo único que quería era que aquello terminase lo más pronto posible. Supongo que la casualidad así lo dispuso cuando nos dieron las diez y dimos por concluida la tarde. Una pena, sin duda. Quizá las expectativas fueron demasiado elevadas y la caída hacia el pozo de la decepción fue demasiado doliente. De cualquier modo, ya sabéis lo que dicen de los críticos: que son malos autores; así que no me hagáis demasiado caso y si los estribillos de Sabina empiezan a zumbaros en los oídos, no os resistáis ¡A ver si voy a ser yo el único equivocado!

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