miércoles, 25 de octubre de 2017


La fórmula de la felicidad

"Una vida sencilla y tranquila aporta más alegría que la búsqueda del éxito en un desasosiego constante" y  "Donde hay un deseo, hay un camino". Así, tal cual, como premonitoria solución, ha aparecido en una subasta esta pareja de sentencias de Eisntein. Según dicen las manuscribió a modo de propina a un botones del hotel japonés en el que se alojaba. Y visto con relatividad el asunto no deja de sorprenderme llevándome de un lado al otro de la duda existencial. O era un tacaño irredento, o no llevaba consigo el importe suficiente como para alegrarle la mañana al nipón. Imagino que cuando leyese la nota le darían ganas de mandarla al retrete y que se contuvo; de todo es conocido el sentido cívico que impera por aquellos lares. Puede que con el tiempo olvidase en qué bolsillo, de qué chaqueta, de qué uniforme había guardado la nota y el destino barajó a la velocidad de la luz el mazo de su suerte. O la de sus herederos, quién sabe. La cuestión es que ha aparecido y rápidamente ha salido a subasta. Tal es la necesidad de felicidad que nos acucia, que alguien con suficientes recursos, exactamente con un millón trescientos mil recursos, se ha hecho dueño y destinatario de la misma. Y ahora qué, se estará preguntando ¿Mando analizar a sesudos científicos sobre la interpretación de dicha fórmula? ¿Localizo a los más ilustres gurús para que descubran los entresijos de esta baraka? ¿Espero un tiempo y si no obtengo resultados la vuelvo a poner en circulación para una subasta posterior? Dilema trazado y angustia llegada. Imagino que con el primer corolario no estará muy de acuerdo quien ha sido capaz de acumular tales riquezas. Sospecho que pasará por alto la secuencia de palabras que en nada le vienen a solucionar su búsqueda. Así que se dedicará a analizar el envés y puede que ahí obtenga el premio a sus expectativas. De cómo interprete el sentido del deseo lo dejo a la elucubración de cada cual para no abrir el abanico de posibilidades; pero está claro que para él, ilustre poseedor de tal códice, será mano de santo, palabra de ley, dogma a seguir. Intuyo que el camino se lo irán allanando para limar las dificultades y una vez que vea aproximarse el edén soñado, sus pulsaciones se alterarán, el brillo de sus ojos hablarán por él mismo y se sentirá alquimista congraciado con la ciencia. Poco le importará si a su alrededor malviven los infelices; no será su culpa si la vida les ha llevado al peldaño de los perdedores. Pensará que bien merecidas tienen sus desgracias quienes no han sabido superarlas con la astucia o el engaño. Sin duda, creerá que su suerte estaba marcada en su línea astral y con ello encontrará justificación a sus actos. De modo que hemos de alegrarnos doblemente del descubrimiento de dicha fórmula. Por un lado, todos sabemos ya el planteamiento y por otro ya sabemos el precio que tiene su posesión. Lo más irónico del asunto será ver cómo aquel que se sabe dueño de aquello que fuese propina es incapaz de darle sentido a su vida más allá del tintineo de las monedas. Empiezo a pensar que don Alberto, cuando formuló su Teoría de la Relatividad, dejó a las claras que la energía que empleamos en conseguirnos la felicidad es el resultado de multiplicar la cantidad de materia gris que poseemos por el cuadrado de la velocidad de la luz con la que salimos a buscarla. Ahora que lo veo claro lo dejaré manuscrito por si en un futuro….Aunque me extrañaría muchísimo que algunos creyeran en su validez.

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