Las flores del
camposanto
Llegó el momento
de volver a sacar lustre a las lápidas, de renovar los floreros, de congregarse
en torno a la tumba para leer los inmortales epitafios. Legó el momento de
preparar los ramos y encaminarse a modo de ofrenda al lugar de descanso en el
que los seres añorados, y a veces queridos, reposan en paz. Unas veces claveles, otras veces
geranios, otras rosas, otras veces gladiolos, irán configurando ese desfile
floral que convertirá en primavera al otoño avanzado. Será el momento de volver
a suspirar ante sus ausencias y en el silencio imposible del bullicio cercano
rememorar los detalles que dieron forma a una vida en común. Con un poco de
suerte echaremos a faltar algunas generaciones que se nos alejan en el tiempo y
que nuestros padres insistieron en que conociéramos. Habrán tumbas huérfanas de
pétalos y las habrá rebosantes como si del desborde se dedujese más
sentimiento. Pasaremos revista a las fotos esculpidas para poner en valor lo
que en vida no valoramos y en el mejor acudirá la memoria perdida en forma de
mote. Harán sombra los cipreses para que los rayos de sol no distraigan las
miradas y el retrovisor de las existencias no se empañe demasiado. Y por una
vez, por una sola vez, el fósforo de los osarios iluminará con sus consuelos a
quienes se aferraron a unas vidas que ya no son. Las flores se sabrán
protagonistas en la caducidad que se les antoja extensa. Irán perdiendo porte y
frescuras con el transcurrir de las jornadas mientras las cancelas de acceso
cierren con adioses sus cerrojos. Fuera, a escasos metros, las coronas
marchitas esperarán su turno para ser retiradas y a la espera de sus propias
cenizas guardarán silencio. Inmóviles señuelos de inmóviles pasos que se
redimen una vez al año como si la onomástica impusiese su ley. Férreas anclas
de las que suele costar despedirse como si temieran la travesía del abandono.
Pasado que se harán presentes y con el tiempo se irán difuminando en una
neblina de vago perfuma llamada recuerdo. Y como colofón a toso ello, no más
allá del paso de las semanas, el plástico usurpará el protagonismo. Quizás los
rayos de la tarde también acaben con su falsa tersura; pero a todos nos quedará
el consuelo engañoso de vestir de corolas el último rincón que hace tiempo dejó
de tener vida. Sólo faltará un año para que el frescor regrese, y si lo
pensamos bien, ¿qué significa un año de espera cuando la vida eterna ya la
tienen quienes se nos fueron? Consuelo, sí; pero qué triste consuelo.
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