Madurar hacia el fracaso
Parece
poco apropiado hablar de la madurez en pleno otoño, pero las letras campan a sus anchas y no seré
yo quien las amordace. No me refiero al hecho de la maduración estacional que
la naturaleza predispone; me refiero al hecho intrínseco del ser humano que le
sirve para caminar por su propia existencia. Madurar, efectivamente, significa
transitar por las etapas sin dejar de asimilar aprendizajes y de ellos sacar
consecuencias. Todas encaminadas a delimitar las cunetas de nuestro sendero
para con ellas evitar la salida de la ruta marcada. Por eso, y sin ánimo de dar
lecciones a nadie, creo que lo primero, lo imperioso, lo imprescindible, será
marcar las metas e intentar llegar a ellas. No serán necesarias metas inabarcables
para evitar las decepciones, pero habrán de marcarse para dar sentido a tu
vida. Porque si así no lo haces, acabarás vistiendo el atuendo de polichinela
que tanta gracia hace, o lo que es peor, tanta lástima provoca. Y por si todo
esto fuera poco, por si todo este razonamiento resultase escaso, merecerá la
pena añadir el daño que a posteriori puedes generar en tu retroceso personal.
Vivir en la fantasía de un calendario pasado sin ver más allá de la sombra de
tu perfil acarreará decepciones a quienes compartan contigo caminos. Tu vida
resultará ser un fracaso, y lo que es peor, la de los que no lo quisieron
asumir será pura frustración. Y será
doliente compartir errores ajenos por ceguera previa movida por enfoque erróneo
de un catalejo empañado. Cuestión de saber elegir y actuar en consecuencia.
Incluso haciéndolo así, la suerte será necesaria; pero la suerte será esquiva
en todo aquel que se empeñe en no ver el fracaso evidente que le viene encima. Podrá
disimularse en los ratos de asueto la pronta llegada de la decepción. Podrá
alfombrarse de falsos verdes el paso cadencioso intentando no mirar los cantos
rodados que se ocultan bajo la alfombra. Podrán ponerse paños calientes a las
decepciones que acabarán llegando. Podrán, en definitiva, seguir negando por
orgullo, el estado de podredumbre al que
te ha llevado la madurez que siempre pensaste ajena a ti. Serás una ser ajado y
solamente te quedará adivinar sobre qué hoja muerta caerá tu cadáver. Será
breve, no te preocupes. Tuviste tiempo de rectificar y preferiste seguir
engañándote. No lamentes, pues, el aroma a incienso que recubrirá tu féretro
viviente. Así lo quisiste y así lo tienes como legado. Parece poco apropiado hablar
de la madurez en pleno otoño, pero, ya
ves, las letras decidieron campar a sus
anchas y no me he sentido capaz de amordazarlas ni me ha dado la gana hacerlo.
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