Ataques acústicos
En mitad de toda la vorágine independentista apareció la noticia y en un
primer momento pensé que iba de coña. Alguien con buena intención decidía
lanzar un globo sonda para rebajar la tensión y no parecía descabellada la propuesta.
Me imaginaba el Malecón cubierto de cientos y cientos de timbales, la Habana
Vieja dando paso a los trombones y, desde el club Tropicana , las trompetas abriéndose
hueco hacia la embajada Norteamericana. Todos a ritmo cumbanchero para tocarle
los bajos a los yanquis en el literal sentido de la palabra y en el más que
figurado sentido. No dejaba de tener su gracia. La Vieja Trova, daño paso al
son para impedir el sueño y la Nueva Trova buscando a “Yolanda” entre “Unicornios
Azules”, mientras los puros dejaban caer su cenizas a paso del guaguancó y la
guaracha ¡Qué gran rave espontánea!, ¡qué placer dejarse arrastrar por el danzón!,
¡qué poco sentido lúdico el de aquellos que prefieren la fiesta a base de tiros
desde un rascacielos! De hecho, llegué a soñar con esa misma posibilidad de
traslado a las calles agitadas, a los
escaños revenidos, a los despachos alfombrados, a los cuarteles prestos bajo
mandatos inamovibles. Y me pareció por un momento ver cómo quien más quien
menos se apuntaba a la jarana. Dejaba atrás el enconamiento y se dejaba
arrastrar por la el bolero. No negaré que hice la vista gorda al comprobar qué
mal ejecutaban los pasos aquellos que marcaban su semblante serio y debían
agachar la cabeza para no pisar a la pareja de baile. Torpes, vaya que sí.
Pareciera que estaban más acostumbrados a las arias nibelungas que tantas victorias
aventuraban y casi nunca se cumplían que a los pasos cadenciosos que del trópico
llegaban. Así que, como si de repente quisieran despertarme del sueño, todo
aquello que sonaba armonioso, empezó a derivar hacia el desafino. Unos
maltrataban a los metales, otros rajaban los cueros, otros desafinaban en los solos.
Un desastre, un caos, una decepción. Y por si la pesadilla no fuera suficiente,
l final, casi cuando me daba por despierto, la batuta de quien debía ser director
de aquella orquesta, golpeando el atril hasta. Os aseguro que he visto, que he
acudido, que he sufrido fiestas con finales indeseables; pero esta, sin duda
esta, se lleva la palma. Creo que la mejor opción será echar mano de los
vinilos de salsa que tengo por casa y ponerlos en modo play para intentar
conciliar el sueño. Si no lo hago, seguro que vuelven esas imágenes a situarse
en mi cabecera y ya no estoy para soportar más pesadillas, os lo aseguro. Si
alguien se anima que me lo haga saber; quizás el día menos pensado acabamos en
Cuba y le damos vida a una melodía llamada Esperanza, que hoy por hoy, parece
muerta. Ha sido mencionarla, y los pies se me van en busca del chachachá. Dice
la letra que no lo sabe bailar, pero seguro que son habladurías sin sentido.
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