Obstinarse en el error
Conforme iba escuchando a Santiago Auserón tomé conciencia de
cuánta verdad encerraba la letra de su melodía. Pasé repaso a los errores
cometidos a sabiendas de que lo eran y en cierta medida me tuve lástima. Busqué
las mil y una justificaciones. Unas veces, la juventud, otras, las compañías,
otras, el empecinamiento y otras que apenas recuerdo, fueron dando forma a una
partitura propia que tan semejante aparece a tu alrededor a nada que te fijes.
Eso mismo, obstinarse en el error, es el error imperdonable, el carente de
absolución por llevar consigo una carga de penitencia permanente casi siempre
eterna. Irresoluble salvo por el traumatismo que provoca el remedio a
posteriori como si de una válvula de escape se tratase. Tantas y tantas caídas
al vacío he presenciado que ni siquiera la condolencia se pudo abrir un hueco
entre los brazos del “lo siento”; no me salían las palabras y sonarían a falsas
si las forzase. En el mejor de los casos el dejar ir es la menos mala de las actitudes.
En el peor de los casos rumiar la inacción te acaba convirtiendo en un bóvido de
mirada triste hacia el interior. No puedes solucionarlo y con ello malvives a
sabiendas de que tus posibilidades de aportar soluciones ni son aceptadas ni
son consideradas necesarias. Lo ves venir, lo percibes, te llega el tufo de la
equivocación y sin embargo nada remedia ese paso trascendente hacia el vacío. Puede
que el divertimento momentáneo ejerza de bálsamo ante la herida que percibes
purulenta. Quizá el olor a linimento te haga creer que la solución está a punto
de llegar. Probablemente lanzar la mirada hacia otros que pasan por ese estado de
cronicidad te haga creer que este es el precio a pagar por mirar hacia otro
lado. Es igual. Sea cual sea la excusa nada impedirá sentir el halo maloliente que
proviene de la marmita donde todo empezó a cocerse. Se ha consumido el caldo y
el fondo de la misma es un cúmulo de restos adheridos. Tú solamente podrás
taparte las pituitarias y quien se halle con la posibilidad de servirse el
condimento notará que no merece la pena. La basura será su penúltimo destino.
Entonces, y sólo entonces, entenderá lo que siempre creyó que no iba más allá
de ser una melodía interpretada por Auserón. Quién sabe si la compuso pensado
que alguien la haría suya cuando descubriese en sí mismo al protagonista de esa
letra. Nada me gustaría más que equivocarme en tales apreciaciones; pero han
sido tantas las corroboradas a lo largo de la vida que me temo estar en lo
cierto.
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