miércoles, 18 de octubre de 2017


Obstinarse en el error



Conforme iba escuchando a Santiago Auserón tomé conciencia de cuánta verdad encerraba la letra de su melodía. Pasé repaso a los errores cometidos a sabiendas de que lo eran y en cierta medida me tuve lástima. Busqué las mil y una justificaciones. Unas veces, la juventud, otras, las compañías, otras, el empecinamiento y otras que apenas recuerdo, fueron dando forma a una partitura propia que tan semejante aparece a tu alrededor a nada que te fijes. Eso mismo, obstinarse en el error, es el error imperdonable, el carente de absolución por llevar consigo una carga de penitencia permanente casi siempre eterna. Irresoluble salvo por el traumatismo que provoca el remedio a posteriori como si de una válvula de escape se tratase. Tantas y tantas caídas al vacío he presenciado que ni siquiera la condolencia se pudo abrir un hueco entre los brazos del “lo siento”; no me salían las palabras y sonarían a falsas si las forzase. En el mejor de los casos  el dejar ir es la menos mala de las actitudes. En el peor de los casos rumiar la inacción te acaba convirtiendo en un bóvido de mirada triste hacia el interior. No puedes solucionarlo y con ello malvives a sabiendas de que tus posibilidades de aportar soluciones ni son aceptadas ni son consideradas necesarias. Lo ves venir, lo percibes, te llega el tufo de la equivocación y sin embargo nada remedia ese paso trascendente hacia el vacío. Puede que el divertimento momentáneo ejerza de bálsamo ante la herida que percibes purulenta. Quizá el olor a linimento te haga creer que la solución está a punto de llegar. Probablemente lanzar la mirada hacia otros que pasan por ese estado de cronicidad te haga creer que este es el precio a pagar por mirar hacia otro lado. Es igual. Sea cual sea la excusa nada impedirá sentir el halo maloliente que proviene de la marmita donde todo empezó a cocerse. Se ha consumido el caldo y el fondo de la misma es un cúmulo de restos adheridos. Tú solamente podrás taparte las pituitarias y quien se halle con la posibilidad de servirse el condimento notará que no merece la pena. La basura será su penúltimo destino. Entonces, y sólo entonces, entenderá lo que siempre creyó que no iba más allá de ser una melodía interpretada por Auserón. Quién sabe si la compuso pensado que alguien la haría suya cuando descubriese en sí mismo al protagonista de esa letra. Nada me gustaría más que equivocarme en tales apreciaciones; pero han sido tantas las corroboradas a lo largo de la vida que me temo estar en lo cierto.  

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