El 155
En aquellos tiempos de
dudas a futuro entre unos y otros consiguieron redactar la tan traída y llevada
Carta Magna llamada Constitución. Cedieron unos, aceptaron otros y en base a
ello se logró un consenso pespunteado como pasadizo hacia la convivencia
democrática posdictatorial. No sé si alguien ajeno a las leyes la habrá leído
alguna vez; yo, desde luego, no. Y no es que me vanaglorie de ello, pero
reconozco que me gusta más la buena literatura. Sé que cuando se diseñó el mapa
autonómico más de una actual autonomía reclamaba tal o cual privilegio a modo
de galardón histórico y más o menos se logró configurar un Estado moderno. Pero
¿qué pasa cuando el tiempo pasa y aquellos que nacieron, se criaron,
estudiaron, se formaron y viven en un
ambiente diferente al resto rechazan la validez de un texto que consideran
ajeno? Pues pasa que el desacuerdo salta a la calle y provoca el duelo. Unos,
aferrados a la letra votada; otros, renegando de dicha letra por no considerar
que esté actualizada; unos, proclamando tras las bambalinas del temor lo que
prometieron exigir en sus campañas electorales; otros, amenazando sin dar a la
espera de una rectificación o aseveración por parte de los otros. Entre miedos
a represiones y miedos a ejecuciones legales así andamos. Como si una partida
de tenis se disputase sin tie break y amenazase con eternizar la disputa. Unos
me recuerdan al padre que anticipa un cachete al hijo si sigue en su
cabezonería; otros buscando el rincón desde el que seguir empecinados en lo que
consideran justo aunque a sus padres les suene a capricho. Y todos, o algunos,
si saber qué demonios dice a las claras el dichoso artículo; o mejor, la
interpretación de todos los artículos de la Constitución. Parece que una
metáfora se hubiese instalado y cada cual estuviese interpretándola a favor de
corriente. Si me sitúo en el pensamiento de unos diré que la ley está para ser
cumplida; si me muevo de bando, reconoceré que ninguna es perpetua, ni siquiera la de 1812. De modo que
aquí seguimos; recogepelotas pendientes del ojo de halcón a la espera del fin
del match. Supongo que llegará más pronto que tarde porque si de lo que se
trata es de llegar a un acuerdo, lo veo difícil. En cualquier disputa siempre
hay un vencedor. Lo que el vencedor no debe ignorar es que el derrotado
esperará ansioso la revancha a la mayor brevedad posible. Y ahora, venciendo a
la tentación, vuelvo a cerrar el texto constitutivo y desisto de leerlo; sigo
prefiriendo la Literatura como Constitución eterna del ser humano.
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