lunes, 16 de octubre de 2017


Ricardo



No sé, ni falta que hace, sus apellidos, ni sus apodos. Sé que hace un tiempo no demasiado largo decidió darle una vuelta a su timón y regresar a la cuna que tan magnánima se muestra con nosotros. Y a fe que acertó al hacerlo. Pasea su imagen con el andar de quien tan habituado a estado a las caídas de las dudas y con un tesón imaginable ha sabido sobreponerse. Forma parte del elenco de quienes durante muchos años fueron apátridas en tierras hospitalarias e inhóspitas a  la vez. Calla para sí los altibajos que tras sus lentes de concha se adivinan y su altiva mirada la escuda tras las pestañas de la bondad. Protagonista de episodios  de una novela aún no escrita sobre la que dejar constancia de un deambular por la cara oculta de la risa. Cercano sin invadir y cortés desde la andana del saberse bien recibido. Busca para sus adentros el encuentro entre la subsistencia y el sosiego que solamente los límites son capaces de diseñar. Se mueve entre las copas con la altanería de quien se sabe vencedor de un reto que tantas batallas planteó y tantas batallas perdió. Supo sacar la savia de las resinas para dejar paso al romero expansivo de los montes. Y entre los perfiles calcáreos se siente feliz. Poco importará si las saetas de la mofa le buscan como diana; él sabrá situarse en el nivel del menosprecio cortés guardando para sí la réplica inmerecida. Grande como los auténticos sin más alharacas que su cara a cara. Se hace merecedor del respeto como superviviente de naufragios que a otros engulleron. Le veréis transitar entre el tic tac del tiempo que la torre gotea y su sonrisa saldrá a la luz como saludo cortés. No os lo perdáis, no dejéis de prestadle atención. Puede que en algún momento os pille con la guardia baja y os acabe sorprendiendo con el sello de unas cicatrices que fueron curtiendo sobradamente a este ser especial llamado Ricardo. Nos debemos una charla sosegada sobre la que desenmascarar incógnitas para dar crédito sin avales a quien avales no necesita. Mudó de nido sin mudar las plumas y cada vuelo que realiza supone un planeo de acierto del que a sí mismo se felicita. Uno de tantos que como tantos se significa en su propia singularidad. Empieza a liar el primer cigarrillo de la mañana y no creo que sea prudente distraerlo de su  tarea. Ya ha prendido y sus  pasos empiezan a descender hacia la plaza. Un nuevo día le reta y seguro que acaba ganándole el pulso.

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