Escrache
Está todo tan
globalizado que el idioma no iba a ser una excepción. Así que curioseando entre
el vocabulario llegué a preguntarme por los orígenes de tal palabra. Resulta
que tiene origen argentino o uruguayo y que viene a ser, semánticamente hablando,
un tipo de manifestación en la que un grupo protestante, en el laico sentido de
la palabra, se dirige al domicilio o lugar de trabajo de alguien a quien se
quiere denunciar y/o incordiar. Los motivos que mueven a los escracheadores a adoptar ese papel suelen ser lo
suficientemente claros o suficientemente
difusos como para buscarles más explicaciones. Pero de lo que no cabe duda es
de la popularidad que están teniendo en los últimos tiempos en los que las
convulsiones sociales toman la calle a la mínima oportunidad. Lejos quedaron los
tiempos en los que se prohibía la reunión de varias personas por ser catalogadas
de conspiradoras. Pero el tema está desbarrando de mala manera y parece no
tener fin. Políticos de todos los colores han sufrido el ataque de esa masa
enfurecida y solamente se necesita que una cerilla de protesta prenda el ánimo
para tomar la ruta hacia la fachada de la casa habitada por el reo. Este
conocido modo de tocar las pelotas empieza a dar síntomas de rutina y si sigue
por este camino acabará sus días en base al hartazgo. Toda moda, por sí misma. Es
perecedera de la moda siguiente y esta no va a ser una excepción. Pero lo que
no me deja de sorprender es cómo cuando uno participa como protagonista de semejante
péplum le parece legítima la manifestación y cuando es el receptor de las
quejas, la repudia, descalifica, rechaza y manifiesta indefensión. No vale
echar mano del refranero para alegar que si las das, las tomas; pero quizás
sería conveniente saber cuán cambiante es el rumbo que fija el viento del
desahogo. Puede que alguien se sienta en posesión de la inmunidad en base a sus
planteamientos y crea que el dogma viaja en sus alforjas. Craso error. Tan
acertados estarán unos como errados los otros y viceversa. Tan lamentable será
dar la cencerrada frente a una fachada de ladrillo cara vista como la ejecutada
ante los marmóreos pilares de la otra. La política se debate en un foro destinado
a tal efecto y votado para ello. No puede convertirse la calle en un frontón de
afrentas de tal o cual signo hacia cual o tal otro. No, eso, no. Y mucho menos
cuando desde una atalaya de certezas das pie a que unas hordas favorables
salgan en tropel; pronto percibirás cómo el bando contrario dispone de semejantes
legiones de exaltados que buscarán tomarse la revancha. Lo que te quedará será
, sencillamente, volver al refranero, o sencillamente tomar una pócima de ajo y
agua, que si no cura, seguro que en algo alivia el momentáneo disgusto. Caso de no hacerse así, sobran parlamentos, y
sobran, indiscutiblemente, exaltados tanto dentro como fuera de dichas
asambleas.
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