viernes, 20 de octubre de 2017


Escrache



Está todo tan globalizado que el idioma no iba a ser una excepción. Así que curioseando entre el vocabulario llegué a preguntarme por los orígenes de tal palabra. Resulta que tiene origen argentino o uruguayo y que viene a ser, semánticamente hablando, un tipo de manifestación en la que un grupo protestante, en el laico sentido de la palabra, se dirige al domicilio o lugar de trabajo de alguien a quien se quiere denunciar y/o incordiar. Los motivos que mueven a  los escracheadores  a adoptar ese papel suelen ser lo suficientemente claros  o suficientemente difusos como para buscarles más explicaciones. Pero de lo que no cabe duda es de la popularidad que están teniendo en los últimos tiempos en los que las convulsiones sociales toman la calle a la mínima oportunidad. Lejos quedaron los tiempos en los que se prohibía la reunión de varias personas por ser catalogadas de conspiradoras. Pero el tema está desbarrando de mala manera y parece no tener fin. Políticos de todos los colores han sufrido el ataque de esa masa enfurecida y solamente se necesita que una cerilla de protesta prenda el ánimo para tomar la ruta hacia la fachada de la casa habitada por el reo. Este conocido modo de tocar las pelotas empieza a dar síntomas de rutina y si sigue por este camino acabará sus días en base al hartazgo. Toda moda, por sí misma. Es perecedera de la moda siguiente y esta no va a ser una excepción. Pero lo que no me deja de sorprender es cómo cuando uno participa como protagonista de semejante péplum le parece legítima la manifestación y cuando es el receptor de las quejas, la repudia, descalifica, rechaza y manifiesta indefensión. No vale echar mano del refranero para alegar que si las das, las tomas; pero quizás sería conveniente saber cuán cambiante es el rumbo que fija el viento del desahogo. Puede que alguien se sienta en posesión de la inmunidad en base a sus planteamientos y crea que el dogma viaja en sus alforjas. Craso error. Tan acertados estarán unos como errados los otros y viceversa. Tan lamentable será dar la cencerrada frente a una fachada de ladrillo cara vista como la ejecutada ante los marmóreos pilares de la otra. La política se debate en un foro destinado a tal efecto y votado para ello. No puede convertirse la calle en un frontón de afrentas de tal o cual signo hacia cual o tal otro. No, eso, no. Y mucho menos cuando desde una atalaya de certezas das pie a que unas hordas favorables salgan en tropel; pronto percibirás cómo el bando contrario dispone de semejantes legiones de exaltados que buscarán tomarse la revancha. Lo que te quedará será , sencillamente, volver al refranero, o sencillamente tomar una pócima de ajo y agua, que si no cura, seguro que en algo  alivia el momentáneo disgusto.  Caso de no hacerse así, sobran parlamentos, y sobran, indiscutiblemente, exaltados tanto dentro como fuera de dichas asambleas.

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