martes, 24 de enero de 2017


A la sombra de la guillotina


Cuando un historiador como Fernando Díaz-Plaja decide contarte algo, por principio, tu atención se la prestas y de su obra sacas rédito. Si además encabeza la interminable lista de una colección que jamás acabas de completar, y el verano da sus últimos coletazos, allá que te lanzas. Desempolvas los atuendos adecuados y te sitúas en aquel París revolucionario en el que según parece la subida del pan llevó al final insospechado por la nobleza. Y aquí descubres cómo el triunvirato formado por Danton, Marat y Robespierre, se alza con el sentido primigenio de la igualdad, solidaridad y fraternidad promulgado por todo el país galo. Como tantas veces ocurre, la inicial mecha prendida, acaba siguiendo el sendero de la pólvora esparcida y el cadalso ya no distingue cuello que seccionar. Es como si de las manos se les hubiese escapado todo sentido de justicia y buscasen solo revanchas personales. En positivo la “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano” legitimaba cualquier método para alcanzarlos. Un Tribunal inmisericorde firmando sentencias y un poso último ambivalente entre vicios y virtudes extraídos de aquel período en el que el Terror impuso leyes durante. Como todo vigía de su propia grey, acabó dudando y sospechando de tantos que todos los tantos provocaron su caída. Aquí es donde se manifiesta para unos el castigo a las propias injusticias y para otros la injusticia propia del desagradecimiento. Padres de la patria que no consiguieron salir indemnes de su mismo guion inconcluso ya los que la historia acabará tildando de excesivos guardianes del bien común. Ya vendrían tiempos posteriores en los que darle colorido pimpinélico y escarlata. La historia tantas veces se acaba vistiendo con sus galas más seductoras que nada nos debe sorprender. Nada, excepto la narración aséptica que a lo largo de la obra que nos ocupa, el autor nos lanza. Sólo nos resta visitar París, pasear por sus bulevares, desplazarnos a Versalles, asimilar el sentido de la soberbia irrigada de azul y no solo entenderemos, sino que puede que justifiquemos, semejantes desmanes. Mientras tanto, al ritmo que marque el Sena, ensayaremos  entre gorgoritos penosamente “La marsellesa”. Y es que hay canciones que solo son creíbles cuando las cantan los auténticos protagonistas. Todo lo demás, sencillamente, es puro folclore sin más valor que el que pueda extraerse de la máxima de “estaban locos estos franceses”, y seguir sonriendo desde la lejanía. Un Antiguo Régimen cayó y sin embargo no calló del todo como se sigue poniendo de manifiesto. Igual la historia precisa de revisiones para actualizarla.  

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