A la sombra de la guillotina
Cuando un historiador como Fernando Díaz-Plaja
decide contarte algo, por principio, tu atención se la prestas y de su obra
sacas rédito. Si además encabeza la interminable lista de una colección que
jamás acabas de completar, y el verano da sus últimos coletazos, allá que te
lanzas. Desempolvas los atuendos adecuados y te sitúas en aquel París
revolucionario en el que según parece la subida del pan llevó al final
insospechado por la nobleza. Y aquí descubres cómo el triunvirato formado por
Danton, Marat y Robespierre, se alza con el sentido primigenio de la igualdad,
solidaridad y fraternidad promulgado por todo el país galo. Como tantas veces
ocurre, la inicial mecha prendida, acaba siguiendo el sendero de la pólvora
esparcida y el cadalso ya no distingue cuello que seccionar. Es como si de las
manos se les hubiese escapado todo sentido de justicia y buscasen solo
revanchas personales. En positivo la “Declaración de los Derechos del Hombre y
del Ciudadano” legitimaba cualquier método para alcanzarlos. Un Tribunal
inmisericorde firmando sentencias y un poso último ambivalente entre vicios y
virtudes extraídos de aquel período en el que el Terror impuso leyes durante.
Como todo vigía de su propia grey, acabó dudando y sospechando de tantos que
todos los tantos provocaron su caída. Aquí es donde se manifiesta para unos el
castigo a las propias injusticias y para otros la injusticia propia del
desagradecimiento. Padres de la patria que no consiguieron salir indemnes de su
mismo guion inconcluso ya los que la historia acabará tildando de excesivos
guardianes del bien común. Ya vendrían tiempos posteriores en los que darle
colorido pimpinélico y escarlata. La historia tantas veces se acaba vistiendo
con sus galas más seductoras que nada nos debe sorprender. Nada, excepto la
narración aséptica que a lo largo de la obra que nos ocupa, el autor nos lanza.
Sólo nos resta visitar París, pasear por sus bulevares, desplazarnos a
Versalles, asimilar el sentido de la soberbia irrigada de azul y no solo
entenderemos, sino que puede que justifiquemos, semejantes desmanes. Mientras
tanto, al ritmo que marque el Sena, ensayaremos entre gorgoritos penosamente “La marsellesa”.
Y es que hay canciones que solo son creíbles cuando las cantan los auténticos
protagonistas. Todo lo demás, sencillamente, es puro folclore sin más valor que
el que pueda extraerse de la máxima de “estaban locos estos franceses”, y
seguir sonriendo desde la lejanía. Un Antiguo Régimen cayó y sin embargo no
calló del todo como se sigue poniendo de manifiesto. Igual la historia precisa
de revisiones para actualizarla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario