miércoles, 25 de enero de 2017


Vida después de la vida



Llega un momento en nuestra existencia en el que el trascendentalismo de las preguntas acude a nosotros. ¿Quiénes somos?, ¿de dónde venimos? y sobre todo ¿adónde vamos? Suelen formar la terna existencial de las dudas. A las dos primeras se responde en base a descubrir nuestro árbol genealógico analogías que nos atestiguan. En cuanto a la tercera respuesta, la incógnita perdura y no hay forma de resolver el enigma. Lo más sencillo es dejarse llevar por la fe hasta que la fe por sí sola peca de tacaña a la hora de respondernos. Y allí en donde empieza el desfile de visionarios que han sido capaces de cruzar la línea entre la vida y la no vida. Son aquellos que se pertrechan tras unos folios para dar testimonio creíble de todos los testimonios ciertos o inventados de quienes han logrado regresar para contar sus vivencias y él, las ordena, encuaderna y saca a la luz. Y este libro en cuestión no iba a ser diferente. En él aparece el famoso pasillo oscuro a cuyo fondo una luz intensamente blanca capta tu atención, te reclama e imanta. Según cuenta Raymond A. Moody junior, la sensación de paz es inmensa y nada de lo que hasta la fecha se nos ha legado corresponde con el acceso al más allá. Por lo visto, tú mismo, o mejor, quien ya no eres, luchas desesperadamente por alcanzar la luz y desde la misma luz se juzga conveniente o no tu paso. Llega un momento en la lectura en el que te dan deseos de morirte un poco para hurgar en ese tránsito y solamente el miedo al no retorno lo evita. Empiezas a dar valor al refrán del malo conocido y decides seguir siendo el espectador lector que fisgonea en las dobles vidas de los regresados. Poco importará si tus creencias en la reencarnación se diluyen o siguen vigentes. De nada servirá empeñarte en cumplir unos preceptos que te aseguren un paraíso futuro, más que nada, porque siempre falta alguno por cumplir, si llegado el caso, ese foco albo, ese faro orientador, te toma como rehén hacia la Eternidad. Así que, amigos míos, antes de decidiros a pasar por semejante trance, echadle una ojeada. Lo más probable será que empecéis a hacer una lista de gente con la que no teníais ninguna intención de coincidir, y allí estarán de nuevo. Seguramente alguno lanzará el consabido “esto es vida” y no te quede más remedio que asentir por pereza ante tal axioma. Mientras tanto, mientras llega ese momento, mejor quedémonos en esta parte; la vida conocida no es precisamente una paraíso alfombrado, pero ¡qué narices!, habrá que vivirla por si no hay más. Si acaso, que otro nos apague la luz cuando llegue la hora.

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