La pasión turca
Situándose en la época en la que la sociedad
española estaba abriéndose a nuevos conceptos de relaciones, a nuevas
libertades, a nuevos horizontes, Antonio Gala sitúa la acción. Y digo acción
cuando debería decir emoción. Emoción aletargada en el interior de la protagonista
que ha sido educada según unos cánones
burgueses que someten sus deseos. Una existencia tan cómodamente gris como las
de sus cercanas que acepta como irremediable tributo a pagar por una posición
social envidiable para casi todos. Hasta que la monotonía y el hartazgo
encuentran la válvula de escape en un viaje a Constantinopla, es decir, Bizancio,
es decir, Estambul. Allí, dentro del “todo incluido” aún en ciernes, las miradas
se cruzan. El guía, avezado en tales lides, descubre las carencias de la
protagonista y comienza a diseñar el plan para remediarlo. No necesita de
demasiados esfuerzos por estar avalado por partida doble. De un lado su propio
don de gentes y por otro el deseo
contenido de ella para descubrir lo que hasta la fecha le estaba vetado. Una
irrefrenable cuesta abajo en las que la entrega por parte de ambos esconde
diferentes propósitos. Ella, ciega de deseo, se deja llevar a la senda por la
que él la introduce en turbios negocios camuflados de kilins. Empiezas a
sentirte en la necesidad de abrirle los ojos para que vea la cruda realidad a
la que está abocada y compadeces a la propia protagonista que no es consciente
de su caída libre. Poco a poco, el hartazgo se hace presente en el efebo amante,
que no deja de ser un coleccionista de vidas de las que sacar partido. La nula
aceptación por parte de la familia otomana de la nueva esposa viene a sumarse a
las desdichas de quien no quiere reconocer lo evidente. No la quiere, no la ha
querido, se ha servido de ella. Así, el desenlace es tan previsible como
inevitable. Salvo que el argumento pase a ser guion cinematográfico y motu
proprio el director decida cambiarlo en pos de quedar bien. De nada sirve el
enfado del autor de la novela cuando descubre que ha destrozado todo el
planteamiento en aras a sacar un rendimiento económico en la taquilla de turno.
Obviamente, es un fiasco, una estafa, una burla inadmisible. Así que quienes
quieran salir con el sabor a venganza cumplido que vean la película; pero quienes
decidan darse un baño de pasiones en pieles ajenas, que opten por la novela. Ya
cada cual decidirá si le merece la pena uno u otro epílogo, y si le merece la
pena o no decantarse por la emoción o por la razón. Dicotomía vital y maniquea
que tantas veces suele acompañar a multitud de grises existencias.
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