jueves, 12 de enero de 2017

La pasión turca


Situándose en la época en la que la sociedad española estaba abriéndose a nuevos conceptos de relaciones, a nuevas libertades, a nuevos horizontes, Antonio Gala sitúa la acción. Y digo acción cuando debería decir emoción. Emoción aletargada en el interior de la protagonista que  ha sido educada según unos cánones burgueses que someten sus deseos. Una existencia tan cómodamente gris como las de sus cercanas que acepta como irremediable tributo a pagar por una posición social envidiable para casi todos. Hasta que la monotonía y el hartazgo encuentran la válvula de escape en un viaje a Constantinopla, es decir, Bizancio, es decir, Estambul. Allí, dentro del “todo incluido” aún en ciernes, las miradas se cruzan. El guía, avezado en tales lides, descubre las carencias de la protagonista y comienza a diseñar el plan para remediarlo. No necesita de demasiados esfuerzos por estar avalado por partida doble. De un lado su propio don de gentes  y por otro el deseo contenido de ella para descubrir lo que hasta la fecha le estaba vetado. Una irrefrenable cuesta abajo en las que la entrega por parte de ambos esconde diferentes propósitos. Ella, ciega de deseo, se deja llevar a la senda por la que él la introduce en turbios negocios camuflados de kilins. Empiezas a sentirte en la necesidad de abrirle los ojos para que vea la cruda realidad a la que está abocada y compadeces a la propia protagonista que no es consciente de su caída libre. Poco a poco, el hartazgo se hace presente en el efebo amante, que no deja de ser un coleccionista de vidas de las que sacar partido. La nula aceptación por parte de la familia otomana de la nueva esposa viene a sumarse a las desdichas de quien no quiere reconocer lo evidente. No la quiere, no la ha querido, se ha servido de ella. Así, el desenlace es tan previsible como inevitable. Salvo que el argumento pase a ser guion cinematográfico y motu proprio el director decida cambiarlo en pos de quedar bien. De nada sirve el enfado del autor de la novela cuando descubre que ha destrozado todo el planteamiento en aras a sacar un rendimiento económico en la taquilla de turno. Obviamente, es un fiasco, una estafa, una burla inadmisible. Así que quienes quieran salir con el sabor a venganza cumplido que vean la película; pero quienes decidan darse un baño de pasiones en pieles ajenas, que opten por la novela. Ya cada cual decidirá si le merece la pena uno u otro epílogo, y si le merece la pena o no decantarse por la emoción o por la razón. Dicotomía vital y maniquea que tantas veces suele acompañar a multitud de grises existencias.   

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