viernes, 20 de enero de 2017


Lo bello y lo triste


Actualidad, entre Kioto y Kamakura, y un novelista llamado Toshio como protagonista. Padre de familia, reconocido escritor y padre de dos hijos, que tuvo hace años una relación con Otoko, amante y pintora. Y como tantas veces sucede en la vida, él acude años después a interesarse por su examante. En ese encuentro se desencadenará una caída irrefrenable con trágicas consecuencias. Allí entra en escena la protegida amante de su otrora amante que por celos urde una venganza de lo más sibilina incluyendo en la misma a la propia familia del protagonista.  Podría resumirse esta especie de introducción en todo lo anterior y sería pecar de injusto y pacato. No es sólo una novela de amores despechados, de vueltas atrás en el tiempo, de recuerdos magnificados, de celos incontenibles. Es todo eso unido a la más pura trama de la novela negra con la sutileza que dan los almendros en flor nipones llegada la fecha. Es un compendio de emociones tales que no sabes muy bien a quien tener lástima, de quien hacerte cómplice o a quien perdonar sus excesos basados en la pasión incontenible. Compadeces a la legítima consorte por lo desvalida que aparece dejándose llevar por la fe en sus ideales destruidos al descubrir el engaño. Tienes deseos de convertirte en el chivato que advierta a Taichiro, hijo mayor, de los peligros que entraña el arte sibilino de la seducción que busca su ruina. Intentas hacerle razonar a Keiko, aprendiz de pintora, del peligro que entrañan  los excesos. Y al final optas por dejar que la inmensa bola de nieve que se ha ido formando siga su curso a riesgo de ver cómo la autodestrucción cumple con su papel. Parece sencillo reconocer en Otoko a la única equilibrada del argumento pese a tener a lo largo de su vida motivos más que suficientes para no serlo. Y las ganas de gritarle a Fumiko para ver si despierta de una vez de su sueño imposible, las callas; bastante dolor lleva consigo misma ante el hecho de saberse segundo plato como para tener que ir hurgando en la herida. Dentro del halo suicida que suelen tener las novelas niponas, esta se lleva la palma. Imprescindible para aquellos que sean incapaces de comprender que el equilibrio exigido a las pasiones no siempre se suele mantener y en la mayoría de las ocasiones gana la razón. Leedla; leedla y veréis lo que significa literatura en mayúsculas. Ya diréis si lo bello y lo triste siempre caminan de la mano y cada cual es el culpable de que así sea. Puede que en la siguiente floración de los almendros vuelva a nosotros, cautivos lectores, el sabor amargo de la buena literatura y con ella la primavera de nuevo. 

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