martes, 17 de enero de 2017


Discurso sobre la felicidad

“Para ser felices, debemos deshacernos de nuestros prejuicios, ser virtuosos, gozar de buena salud, tener inclinaciones y pasiones, ser propensos a la ilusión, pues debemos la mayor parte de nuestros placeres a la ilusión y ¡ay de los que la pierden!”. Este podría ser el resumen de todo el discurso que tuviese a bien plantear Émilie du Châtelet. Una dama ilustrada que considera la felicidad como algo inherente al ser humano que solamente la rigidez de las normas morales coarta. Para mayor lamento, la felicidad femenina, acrecienta ese déficit ya tal punto esta  buena señora se revela. Tengamos en cuenta la época en la que se desarrolla la obra y veremos que el papel asignado a las damas iba poco más allá de meros floreros o comparsas del hombre al que se le reservaban privilegios militares, sociales, y de cualquier otra índole. Aboga por una educación igualitaria en pos de un equilibrio, que, reconozcámoslo, aún no se da después de siglos de espera. Ella, llegó a codearse con la intelectualidad de la época y alcanzó su cénit al compartir epístolas y amores con Voltaire. De ahí que en cada misiva de ida y vuelta se vislumbren postulados que dan crédito a las ideas de ambos mientras las pieles actúan de nexo. El consorte, más ocupado en conseguir condecoraciones, sabe que su nivel no alcanza a entender más allá del sonido de las pólvoras rugientes y ella necesita lo que no tiene. “Sólo sé que he nacido para ser feliz”, llega a espetarle a su amante refugiado en Suiza, huido de los intransigentes que tanto temen al pensamiento. Y sabe que su propia felicidad no podrá venir cojeando desde el único apoyo de la riqueza material que ya la cubre. Sus anhelos trasciende lo físico y la filosofía de vida se adueña del entorno y del lector cada vez que se hace cómplice de las lecturas soliloquias. Una dama de su tiempo adelantada a su tiempo que fue capaz de lanzar un dardo a las casacas encorsetadas y a las pelucas que tantas veces cubren a cerebros vacíos. Un modelo de vida para todas aquellas que reclaman igualdades sin darse cuenta de que su estatus es por naturaleza superior al del varón. Rampante varón que en multitud de ocasiones creerá en un modelo de mujer al que dominar con oropeles que fingen realidades y ocultan certezas. Una obra, en resumen, que cualquiera de nosotros, progenitores de futuros, deberíamos leer y recomendar a nuestras sucesoras. Más que nada para evitar caídas en las simas de la estupidez que alguien les pudiese plantear como paraísos. Pero sobre todo para entender desde esta parte mal llamada dominante, que si alguien es capaz de conocer el sentido de la felicidad, es ella, la mujer, por más discursos que lancemos creyendo que escribimos por ellas.   

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