El conde Lucanor
Suelen tener los libros ejemplarizantes un plus
añadido de aprobación por parte del lector. Es como si a raíz de manifestar un modelo
a seguir, mediante su lectura y asimilación, el lector entendiese sin darse
cuenta la moraleja buscada y con ella un aprendizaje. Y si se trata de ver cómo
un miembro de la nobleza aprende los mecanismos para seguir en el púlpito,
nuestro asombro se engrandece, por la gracia o no del divino. Da la sensación
de que don Juan Manuel decidió a la hora de escribirlo sentar las bases de los
límites establecidos en cada una de las castas sociales que le tocó vivir y
disfrutar. Y para no pecar de presuntuoso, al propio conde se le asigna un
ayuda de cámara, un brazo derecho, un maquiavélico ser indisimulado, que le va
abriendo los ojos al maniqueísmo eterno. Lo más gracioso del asunto es que al
acabar de leerlo, más de uno en su fuero interno, da validez y asimila en
consecuencia ese modo de actuar. Con un mínimo de visión histórica podría
perdonarse el hecho que supone haber sido concebida hace siglos. Con un máximo
de visión histórica nadie sería capaz de perdonarse el estar de acuerdo con la
prevalencia en los púlpitos de los de siempre. Poco importará pensar que las
coronas ya no son lo que eran si ahora llevan trajes a rayas y sus palacios son
los centros de poder en los últimos pisos de los rascacielos. Será más de lo
mismo por mucho que el atuendo haya cambiado. Siempre aparecerá un correveidile
que ejerza su papel a la sombra sin que caigamos en la cuenta de exigirle
cuentas. Pasarán generaciones enteras por el escenario de las marionetas cuyos
hilos se mueven en la sombra y seguiremos en las mismas. Los cincuenta
capítulos de esta obra serán tan actuales como nuestra misma inacción o
conformismo permita. Y en caso de que perciban por sus pies el más mínimo
atisbo de lascas prendedoras de piras que les repudian, cambiarán de Patronio y
todos contentos. De modo que no perdáis
la ocasión de releerlo si no lo hicisteis en las aulas o ya apenas lo
recordáis. Hay cosas que nunca cambian y lo más triste del caso es que seguimos
permitiendo que así suceda. La brevedad de la media centuria de ejemplos lleva
una carga de profundidad lo suficientemente potente como para hacernos
reflexionar y darnos cuenta de lo que somos y a quienes se lo debemos. Quizás
al acabarlo notemos un latigazo en nuestra conciencia y aún estemos a tiempo de
reescribirlo para generaciones futuras. Nunca está demás una puesta al día
cuando el motivo así lo merece y urge.
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