jueves, 26 de enero de 2017

Groucho y yo

La primera impresión llegó al comprobar la portada del libro. Era doble y sobre la primera de ella dos orificios semejaban las lentes de las gafas del genio que se autobiografiaba en las páginas siguientes. Invitaban a introducir los dedos como si necesitásemos aseverar la verdad que más adelante se nos manifestaba. Nada que no fuese propio de este bigotudo levitado que tantos momentos de gloria diese al cine quedaría en el baúl del secreto. Un sucinto repaso a la prole que formaban sus hermanos y él y en la que las dotes del padre como sastre neoyorquino precisaban del prefijo para convertir en desastre todo aquello que el buen señor pretendía confeccionar. Amargo sabor que suele gestionarse mejor desde el sarcasmo que en primero persona actúa como bálsamo redentor de penurias anteriores. A nadie debe extrañar como a mí tampoco me extrañó, la sucesión de anécdotas que  lo largo de la confesión brotaban, porque de confesión se trata, al fin y al cabo. Pensar que alguien con sesenta y nueve años considera llegado el momento de hablar en pasado, hoy puede parecer prematuro y, visto el nivel de genialidad igual debió escribir una segunda parte o esperarse a completarla. Se cataloga a sí mismo como medrador del espectáculo en aquel Broadway siempre coloreado por las lentejuelas de la ilusión. Obviamente, y quizás sea el sino de los artistas, los rendimientos económicos no fueron lo suyo y como tantos otros sufrió las crisis inherentes a todos los cracks que la propia idea de una sociedad capitalista acaba provocando. No importaba a quien intentase dirigir esta obra; sabía de sobra que sería bien recibida cuando su firma fuese leída. Dado el cúmulo de citas que se le atribuyen podrían ser esas mismas citas las que compusieran por sí solas el argumento. Desde ellas mismas seríamos capaces de descubrir fisgonamente a Julius Henry Marx y entrever el dicho aquel que le asigna tristezas al clown que tantas risas provoca. He de reconocer que nada más acabarla sentí la necesidad de visionar por enésima vez alguno de sus títulos de celuloide. No pude por menos que intuir detrás de la máscara del habano y el mostacho al auténtico Groucho que la lectura dejó entrever. Supongo que quien más quien menos al escribir en presente sobre su pasado procura limar aquellos aspectos que la tristeza acabaría vistiendo de compasiones. Sea como fuere, leedla, y seguid una de sus máximas; en concreto aquella que pregonaba lo de “nunca olvido una cara, pero con la suya haré una excepción”. Quién sabe si le damos la vuelta y somos incapaces de perder de vista a aquel rostro que tantos momentos de gloria nos dejó y tantas líneas tatuó como legado definitivo de una vida de comediante supremo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario