Groucho y yo
La primera impresión llegó al comprobar la
portada del libro. Era doble y sobre la primera de ella dos orificios semejaban
las lentes de las gafas del genio que se autobiografiaba en las páginas
siguientes. Invitaban a introducir los dedos como si necesitásemos aseverar la
verdad que más adelante se nos manifestaba. Nada que no fuese propio de este
bigotudo levitado que tantos momentos de gloria diese al cine quedaría en el
baúl del secreto. Un sucinto repaso a la prole que formaban sus hermanos y él y
en la que las dotes del padre como sastre neoyorquino precisaban del prefijo
para convertir en desastre todo aquello que el buen señor pretendía
confeccionar. Amargo sabor que suele gestionarse mejor desde el sarcasmo que en
primero persona actúa como bálsamo redentor de penurias anteriores. A nadie
debe extrañar como a mí tampoco me extrañó, la sucesión de anécdotas que lo largo de la confesión brotaban, porque de
confesión se trata, al fin y al cabo. Pensar que alguien con sesenta y nueve
años considera llegado el momento de hablar en pasado, hoy puede parecer
prematuro y, visto el nivel de genialidad igual debió escribir una segunda
parte o esperarse a completarla. Se cataloga a sí mismo como medrador del
espectáculo en aquel Broadway siempre coloreado por las lentejuelas de la
ilusión. Obviamente, y quizás sea el sino de los artistas, los rendimientos
económicos no fueron lo suyo y como tantos otros sufrió las crisis inherentes a
todos los cracks que la propia idea de una sociedad capitalista acaba
provocando. No importaba a quien intentase dirigir esta obra; sabía de sobra
que sería bien recibida cuando su firma fuese leída. Dado el cúmulo de citas
que se le atribuyen podrían ser esas mismas citas las que compusieran por sí
solas el argumento. Desde ellas mismas seríamos capaces de descubrir
fisgonamente a Julius Henry Marx y
entrever el dicho aquel que le asigna tristezas al clown que tantas risas
provoca. He de reconocer que nada más acabarla sentí la necesidad de visionar
por enésima vez alguno de sus títulos de celuloide. No pude por menos que
intuir detrás de la máscara del habano y el mostacho al auténtico Groucho que
la lectura dejó entrever. Supongo que quien más quien menos al escribir en
presente sobre su pasado procura limar aquellos aspectos que la tristeza
acabaría vistiendo de compasiones. Sea como fuere, leedla, y seguid una de sus
máximas; en concreto aquella que pregonaba lo de “nunca olvido una cara, pero
con la suya haré una excepción”. Quién sabe si le damos la vuelta y somos
incapaces de perder de vista a aquel rostro que tantos momentos de gloria nos
dejó y tantas líneas tatuó como legado definitivo de una vida de comediante
supremo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario