sábado, 14 de enero de 2017


Los peligros del selfie


Es evidente que han surgido los selfies como prueba fidedigna de nuestra propia existencia, posición, localización y demás nominaciones. Como si necesitásemos ser seguidos por unos ojos próximos o ajenos a los que les moviese la curiosidad del saber qué hacemos, o a qué hora, o por dónde. De modo, que quien más quien menos, se-nos, ha-hemos, apuntado a la moda en cuestión y comenzamos a completar un álbum digital de los más variopinto y multicolor. Hasta aquí, nada que no sepamos, y que a unos le repugna y a otros le hace gracia. Pero ¿qué sucede cuando el selfie en cuestión se realiza sin meditar las consecuencias? Pues que te atienes a ellas y en el peor de los casos, las pagas. Esta reflexión quizás le faltó a aquel que ayer decidió regresar a su país de origen después de haber pasado unos días, imagino que gratos, con amigos y/o, familiares, y/o, compañeros. Su natural impulso tantas veces copiado le llevó a realizarse un autorretrato en mitad del vagón del metro que une como serpiente subterránea a Valencia con la terminal aeroportuaria de Manises. Y ni corto ni perezoso, zas, flas al canto desde su móvil, desde su sonrisa inmaculadamente blanca, desde su tez inmaculadamente cobriza, desde su antebrazo alzado, desde su buen sabor de boca en el recuerdo. Dejó por un momento una mochila sobre el asiento próximo y ahí comenzó la paranoia global de todo el vagón. Miradas de soslayo en busca de inexistentes detonadores, rictus de terror en los viajeros que se presumían inmolados en breve, pasos raudos hacia los timbres que solicitaban parada urgente. Y allí, el buen hombre, presenciando como pasaría a ser el acusado de no se sabe qué y tanto se presupone. Coches patrullas chirriando sirenas, avenidas cortadas, incógnitas en el aire. Y todo desde la más que temerosa sospecha de ver en aquel que regresaba a quien no era. Psicosis provocada por la incesante muestra catódica de los mediodías en los noticiarios que desgranan a modo de cuentagotas los actos violentos que nos explotan a mitad del segundo plato. Tal y como está el patio, no quiero ni pensar en el hecho de llevar a modo de recuerdo, algún masclet fallero. La que se podría organizar sería de traca, y nunca mejor dicho. Así que, y sin pretender dar consejos a nadie, habrá que tener especial cuidado con los selfies de aquí en adelante. Posiblemente no dejen de ser un acto tan inocente como narcisista, pero ante la psicosis que provoca el miedo, nada ni nadie atenderá a razones.  

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