Los peligros del selfie
Es evidente
que han surgido los selfies como prueba fidedigna de nuestra propia existencia,
posición, localización y demás nominaciones. Como si necesitásemos ser seguidos
por unos ojos próximos o ajenos a los que les moviese la curiosidad del saber
qué hacemos, o a qué hora, o por dónde. De modo, que quien más quien menos,
se-nos, ha-hemos, apuntado a la moda en cuestión y comenzamos a completar un
álbum digital de los más variopinto y multicolor. Hasta aquí, nada que no
sepamos, y que a unos le repugna y a otros le hace gracia. Pero ¿qué sucede
cuando el selfie en cuestión se realiza sin meditar las consecuencias? Pues que
te atienes a ellas y en el peor de los casos, las pagas. Esta reflexión quizás
le faltó a aquel que ayer decidió regresar a su país de origen después de haber
pasado unos días, imagino que gratos, con amigos y/o, familiares, y/o,
compañeros. Su natural impulso tantas veces copiado le llevó a realizarse un
autorretrato en mitad del vagón del metro que une como serpiente subterránea a
Valencia con la terminal aeroportuaria de Manises. Y ni corto ni perezoso, zas,
flas al canto desde su móvil, desde su sonrisa inmaculadamente blanca, desde su
tez inmaculadamente cobriza, desde su antebrazo alzado, desde su buen sabor de
boca en el recuerdo. Dejó por un momento una mochila sobre el asiento próximo y
ahí comenzó la paranoia global de todo el vagón. Miradas de soslayo en busca de
inexistentes detonadores, rictus de terror en los viajeros que se presumían inmolados
en breve, pasos raudos hacia los timbres que solicitaban parada urgente. Y allí,
el buen hombre, presenciando como pasaría a ser el acusado de no se sabe qué y
tanto se presupone. Coches patrullas chirriando sirenas, avenidas cortadas, incógnitas
en el aire. Y todo desde la más que temerosa sospecha de ver en aquel que
regresaba a quien no era. Psicosis provocada por la incesante muestra catódica
de los mediodías en los noticiarios que desgranan a modo de cuentagotas los
actos violentos que nos explotan a mitad del segundo plato. Tal y como está el
patio, no quiero ni pensar en el hecho de llevar a modo de recuerdo, algún
masclet fallero. La que se podría organizar sería de traca, y nunca mejor
dicho. Así que, y sin pretender dar consejos a nadie, habrá que tener especial
cuidado con los selfies de aquí en adelante. Posiblemente no dejen de ser un
acto tan inocente como narcisista, pero ante la psicosis que provoca el miedo,
nada ni nadie atenderá a razones.
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