lunes, 16 de enero de 2017

La ciudad de los prodigios
Es decir, Barcelona. En concreto, la Barcelona comprendida entre los años finales del siglo XIX y comienzos del XX, entre dos Exposiciones Universales. En ese marco, nuestro protagonista, Onofre Bouvila, pasa de su cuna de pagés pirenaico, a la búsqueda de un futuro más halagüeño en la gran urbe que acabará fagocitando para sí a tantos como él. Un ascenso social de quien sabe buscar con todo tipo de artimañas esa escalera hacia el éxito al más puro estilo picaresco que tantos momentos de gloria y solidaridad provoca en el lector. En más de una línea saltan ante tus ojos los antepasados rostros de los actuales rostros y entiendes el porqué de su situación actual en la sociedad catalana y por extensión en cualquier otra que se le asemeje. La complicidad con los actos del protagonista que acabas desarrollando te da que pensar en si tú mismo habrías actuado de modo similar llegado el caso. Por un lado, el conformismo situándote en el nivel correspondiente a tu estirpe. Por otro, el deseo incontenible de dar el salto hacia escalones superiores desde los que ignorar el vértigo que supone mirara hacia abajo. Y todo ello en mitad de las convulsiones que ya a principios de siglo lo vaticinaban de destructivo a todos los niveles. Caciquismos en estado puro, sombras mafiosas que pregonan en “conmigo o contra mí”, especuladores del suelo a mayor gloria personal y miseria ajena. Puede que llegado este momento el lector crea que nos hemos equivocado de fechas y estamos retratando la plena actualidad. De ahí la grandeza de esta novela, su atemporalidad, por desgracia. Cualquier posicionamiento que tomemos nos parecerá justificado y en algunos casos desearemos ser uno los charnegos que cruzó el Ebro en busca de fortuna y quizás la consiguió. Puede que algún apellido haya revertido vocales para dar fe de “seny” y antigüedad y en algún momento de su existencia no sepa situar exactamente su origen. Poco importará. En definitiva cada quien es de donde pace más que de donde nace como tantas veces queda de manifiesto. Solamente habría que tener en cuenta que al final, la vida, en mayor o menor medida, te sale al encuentro. Y puede que como al admirado Onofre, un crack bursátil te sirva como excusa perfecta para desaparecer ante los demás y emprender una nueva vida. Poco importará si es real o solamente producto de la imaginación de aquellos que te tomaron como ejemplo, y no siempre, recomendable. Lectura obligada para más de un caso que yo me conozco, y que algún lector reconocerá sobre su mismo reflejo.       

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