lunes, 23 de enero de 2017


El código da Vinci


Bueno, pues nada, otro superventas,, otro vellocino de oro del que colgarse para dar paso a una ficción más o menos creíble. Pues vale, si de eso se trata, vale. Si las líneas que separan las páginas son lo suficientemente espaciadas, si los capítulos funcionan al ritmo de motores multiválvulas del argumento, si la escena empieza en el Louvre y va desplazándose por Paris hasta acabar en Escocia, qué más da que sea su calidad sublime. El tema está tratado desde la doble vertiente matemática e histórica que de cuna progenitora le viene a Dan Brown y hace bien en sacarle partido. Fuera reflexiones sesudas y a dejarse llevar como si fueras el testigo de un James Bond protagonista. Aportaciones al número fi que te remiten a la caja de costura en busca de una cinta métrica para comprobar su teoría no dejan de darle colorido a esta novela pseudopoliciaca vertiginosa. Aquí todo vale si encaja con el tan manido asunto de la paternidad de Jesucristo. Parece necesario acercar al nivel de hombre a quien se declaraba hijo de Dios y dejar constancia del seguimiento de su sangre real en los sucesivos descendientes de Él y María Magdalena. Automáticamente te viene a la memoria toda la literatura que se ha escrito al respecto y sigues sintiendo deseos de visitar los escenarios por donde transitaron estos banqueros-guerreros-misioneros-ascetas. Empiezas a entender cómo la fantasía necesita de nuevos acicates que casi siempre miran hacia atrás como buscando fe, y no solamente religiosa. Rememoras las leyendas masónicas que tantas veces te fueron contadas a hurtadillas y sigues pensando que Da Vinci tuvo que ser uno de ellos, o no. Qué más da, si lo verdaderamente importante es dejarte llevar por la vorágine de la novela que te ha de durar escasamente dos tardes de intensa lectura invernal. Sabes que pronto, antes de lo que el propio editor pudiera sospechar, la novela dará paso a la película, y con ello el corolario del éxito habrá rubricado a la obra. Sucesivas secuelas que irán del cataclismo a la esperanza entre turbios intereses vaticanos que tanto se prestan a argumentos similares. Ya has cumplido con el papel que te sitúa como lector entre lectores de lecturas consumibles y respiras aliviado. Nadie te podrá tildar de exquisito ni falta que hace, en un mundo en el que las medianías se elevan a los altares de las letras. Momentos habrá para reconciliarse con la buena literatura. Pero reconozcámoslo, una tarde de invierno, con el gris del cielo por compañía, igual precisa de una lectura que no indigeste el café de la sobremesa.    

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