La casa azul
Pasa el tiempo y de pronto te das cuenta que tus
canciones pasaron de moda y entonces te quedan dos opciones posibles. O seguir
escuchando aquellas que formaron parte de tu juventud y alejarte cada vez más
del presente, o preguntarte quién es el autor de esa melodía que te está poniendo
el ritmo de modo inesperado. Has acudido al garito como convidado de piedra y
entre treintañeros celebrando cumpleaños algo te suena a diferente, a fresco, divertido, optimismo. Buscas pistas y das con ellos. La
casa azul, así, tal cual. Y a partir de entonces las melodías que te acompañan
a modo de despertador matutino se hacen a un lado y les dan paso. Visitas sus
videos y no deja de asombrarte. Has descubierto un nuevo modo de hacer música y
te congratulas. Ya solamente falta tener la oportunidad de convertirte en
testigo directo de su existencia y entonces aparece la excusa y el momento
oportuno. Da igual que se celebre un aniversario politécnico. Da igual si el
jueves está fuera de fechas como nocturno festivo. Incluso da igual si te
separan años de aquellos que al runrún de la Marina Real han acudido a presenciar
semejante actuación. Pertrechados delante de una pantalla múltiple, cascados
con blancos auriculares, uniformados en la sencillez del atuendo, salen a
escena. Y allí se organiza la mundial. Las colas de las barras desaparecen para
prestarles la atención que se van ganando. Las cervezas se exponen a dudosos
equilibrios en sus plásticos recipientes ante el hecho de no poder dejar de
bailarlos. Suenan de un modo que te lleva a pensar que están enlatada su música
y en décimas de segundo sales de tu error y sigues disfrutando. Perfección en
el sonido, en las luces, en la selección de temas, en el buen rollo planeador
sobre la dársena norte del puerto. A la izquierda, los pantalanes se dejan
mecer por los compases que de allá arriba les llega. A la derecha, las food trucks
reposan después de su incesante labor telonera
y precursora del evento. Se iluminan los saltos con las digitalizadas luces
de quienes quieren llevarse para sí la
prueba grabada de cuanto están disfrutando. Y como si de un contrato vocal se
tratase todos creemos que cantan para un exclusivo mí aquella voces
consagradas. Y como si de una premonición se tratase, a modo de despedida
provisional, a modo de bandera izada de optimismo, se expande por la noche la
revolución nacida del deseo. Minutos
después, una vez abandonado el recinto, sigues preguntándote si aquello que has
presenciado era un sueño o respondía a una realidad. Sea como sea, has
descubierto en primera persona la dirección exacta de una casa en la que todos
los colores de la vecindad se rinden al azul que le da nombre.
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