La leyenda de Barney Thomson
Aquellos que no estamos abonados a ninguna
opción televisiva quizás estamos demasiados descolocados y yo diría que
abandonados como espectadores. La actualidad de las series se impone y te quedan
las opciones de subirte al carro o hacerte a un lado. Y si optas por esta, más
allá de los concursos sin gracia, las travesías del Serengueti y los debates de
todo tipo, poco te queda como divertimento. Salvo que el destino se vista de
noche de sábado, se acicale con la lluvia, se calce con las agujetas matutinas
y decida jugar a tu favor. Te sientas,
observas el título de la película, calculas la duración y te dejas llevar.
Distingues a Emma Thompson en un papel de madre absolutamente loca en pos del
divertimento y a un rostro ya visto en The Full Monty llamado Robert Carlyle y
todo empieza a rodar. Las desgracias le persiguen y a su anodina vida suma las
sospechas que dos parejas de policías vierten sobre él al haber desaparecido su
jefe, y posteriormente su segundo, de la peluquería en la que trabaja. Le
comunicaron su despido y nadie lo sabe. A partir de aquí, todo se va
encadenando en una serie intensa de cadáveres que ocupan los arcones
frigoríficos convenientemente troceados. Glasgow con su incesante ambiente gris
y lluvioso se presta a servir de plató a tales dislates y la flema del
protagonista pocas veces se descompone. Del gris de su existencia se va pasando
al rojo sanguinolento que las tajadas de los finados proporcionan. De cuando en
cuando el recuerdo de fecha regresa y las coincidencias entre asesinatos y
ausencias de la madre coinciden. Ella ha demostrado suficientes dotes de
carnicera y las presencias de sus amigas entradas en años le ofrecen
suficientes coartadas. Comedia negra en la que la suerte del protagonista
siempre pende de un hilo que se tensa pero no desfallece. Ha dejado de llover y
te das cuenta de cómo las carcajadas han silenciado a los truenos. Por un
momento recuperas el agradecimiento por las obras bien hechas y aplaudes al
ignorado que decidió poner ante ti dicha comedia. Sabes que son maestros del
humor quienes tantas veces se muestran distantes y aprovechaste
convenientemente la oportunidad de volverlo a comprobar. Por un momento, el
aroma a after shave parece que quiere traspasar la pantalla y el afeitado a
navaja te provoca escalofríos. Ha merecido la pena, sin duda, y si alguna vez
regresas a Glasgow, te acercarás a la peluquería por si aún sigue con el
negocio. Si al entrar observas un arcón al fondo, mejor no lo abras; nunca se
sabe qué nueva sorpresa podría depararte.
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