1. Josefina , la de
Fructuoso
Tentado anduve de apellidarla hasta que me di
cuenta de la cantidad de repeticiones que pondrían cara a su rostro. No, mejor
no apellidarla y optar por el añadido de la pista que todos los que la
conocemos usamos. Josefina, aquella que desde bien temprano alzase sus brazos
para dar la bienvenida al nuevo día a los pies del Cerro Cabezamoya entre las
aguas salobres y termales. Aquella a la que jamás se le conoció la palabra
cansancio ni el deseo de recomponer sus fuerzas. Aquella, esta, que ahora
custodia la curva penúltima bajo el tejado de uralita donde los troncos se
apilan y los gatos buscan refugio. Josefina, la que tantas y tantas veces se
habrá preguntado sin encontrar respuesta ante la insistencia de los lutos por
adoptarla como maniquí indeseada. Ella, tenaz como pocas, siente que la vida se
le destila lentamente y sin embargo la asume como precio de la vida misma.
Mantiene el tono enérgico en la voz para no dar por perdido el penúltimo
aliento de su existencia. Tras el mandil se escuda temiendo una nueva embestida
del infortunio y hacia los perfiles decanta su mirada peregrina y ausente.
Sobre sus paredes seguirá colgada la huella de la nicotina de quien se fue
despidiéndose lentamente. Más debajo de su pensamiento el corazón le sigue
latiendo acompasando a las escarchas que la intentan cubrir sin conseguirlo. No
podrán, nunca han podido, y ahora no iba a ser diferente. El invierno se
esforzó en cubrir de nieves su cabello y
ella le salió al paso decidida a derrotarlo. Ha sacado de nuevo la silla y
sobre la misma ha erigido el trono de su reinado. Metros más abajo, el caño se
resistirá al cierre final para no negar libertad a las aguas que custodia. La
higuera sobre la que se mimetizan los felinos hace tiempo que dejó sus frutos y
se acurruca hasta una nueva primavera. Y cuando llegue se repetirá el ritual y
alzando las hojas verá que sigue allí Josefina. Suelen decir que el destino le
envía a cada quien todo cuanto este puede soportar y vencer. En ella la prueba
de semejante aseveración. Dentro de nada, cuando las chimeneas reinicien sus
fumatas, volveré a pasar cerca. Probablemente descorra la cortina y seguro que
responde al saludo con la serie de preguntas que la cortesía exige y el cariño dibuja. No presumirá, porque
nunca lo ha hecho; pero sabrá que un nuevo capítulo acaba de protagonizar sin
ser consciente de cómo de bien le sienta. Quizás los maullidos la desperecen a
modo de aprobación y con eso le bastará.
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