jueves, 25 de octubre de 2018


1. Josefina , la de Fructuoso


Tentado anduve de apellidarla hasta que me di cuenta de la cantidad de repeticiones que pondrían cara a su rostro. No, mejor no apellidarla y optar por el añadido de la pista que todos los que la conocemos usamos. Josefina, aquella que desde bien temprano alzase sus brazos para dar la bienvenida al nuevo día a los pies del Cerro Cabezamoya entre las aguas salobres y termales. Aquella a la que jamás se le conoció la palabra cansancio ni el deseo de recomponer sus fuerzas. Aquella, esta, que ahora custodia la curva penúltima bajo el tejado de uralita donde los troncos se apilan y los gatos buscan refugio. Josefina, la que tantas y tantas veces se habrá preguntado sin encontrar respuesta ante la insistencia de los lutos por adoptarla como maniquí indeseada. Ella, tenaz como pocas, siente que la vida se le destila lentamente y sin embargo la asume como precio de la vida misma. Mantiene el tono enérgico en la voz para no dar por perdido el penúltimo aliento de su existencia. Tras el mandil se escuda temiendo una nueva embestida del infortunio y hacia los perfiles decanta su mirada peregrina y ausente. Sobre sus paredes seguirá colgada la huella de la nicotina de quien se fue despidiéndose lentamente. Más debajo de su pensamiento el corazón le sigue latiendo acompasando a las escarchas que la intentan cubrir sin conseguirlo. No podrán, nunca han podido, y ahora no iba a ser diferente. El invierno se esforzó en cubrir de nieves su cabello  y ella le salió al paso decidida a derrotarlo. Ha sacado de nuevo la silla y sobre la misma ha erigido el trono de su reinado. Metros más abajo, el caño se resistirá al cierre final para no negar libertad a las aguas que custodia. La higuera sobre la que se mimetizan los felinos hace tiempo que dejó sus frutos y se acurruca hasta una nueva primavera. Y cuando llegue se repetirá el ritual y alzando las hojas verá que sigue allí Josefina. Suelen decir que el destino le envía a cada quien todo cuanto este puede soportar y vencer. En ella la prueba de semejante aseveración. Dentro de nada, cuando las chimeneas reinicien sus fumatas, volveré a pasar cerca. Probablemente descorra la cortina y seguro que responde al saludo con la serie de preguntas que la cortesía  exige y el cariño dibuja. No presumirá, porque nunca lo ha hecho; pero sabrá que un nuevo capítulo acaba de protagonizar sin ser consciente de cómo de bien le sienta. Quizás los maullidos la desperecen a modo de aprobación y con eso le bastará.         

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