VOX
En un principio pensé que se
trataba de una nueva edición del diccionario que tantas veces había salido en
auxilio de dudas léxicas. Aquel que años atrás declinase en silencio los verbos
de latín o conjugase certeramente los franceses, había vuelto, se actualizaba,
se ponía de nuevo su toga salvadora ante las dudas. Pues no, o mejor, no del
todo. Ahora resulta que un partido político se ha mimetizado con dicho nombre y
ha salido a la palestra del foro para
aportar sus opciones. Vox que se
adjudica los deseos más íntimos de una ciudadanía que echa en falta una curva
cerrada hacia la derecha. Vox que hace gala de defender derechos negando
derechos y que es capaz de llenar un coso taurino sin astados para ofrecer una
lidia inesperada por tantos. Como si estos tantos no hubiesen querido prever la
que se vendría encima, como si pensasen que tiempos pasados jamás volverían,
como si una mirada hacia el ombligo les hubiese cegado el horizonte. Y aquí
están. Disputando, o mejor, reclamando y exhibiendo una trinchera que hacen
propia para que queden clarísimas sus intenciones. Así, por encima, sin entrar en detalles,
simplemente, dan miedo. Y lo peor de todo es que no parece ser una cuestión de
minorías. Abres el abanico de las fronteras y compruebas que el virus se ha
extendido. Y ya sabemos qué remedio tiene un virus. Ningún antibiótico es capaz
de eliminarlo y hay que esperar a que la fiebre pase y sus efectos sean lo
menos dañinos posibles. Los días previos, el malestar se hace presente, la
desgana aparece, los tiritones te persiguen y debes guardar reposo. Antipiréticos y calma. Probablemente
necesitarás de sucesivos cambios de sábanas al sudarlas de manera incontrolada.
Lo más seguro será que las ojeras vengan a tu rostro y ni te reconozcas en el
espejo. Sabrás que serán tres días de subida y tres de bajada y probablemente
encuentres a alguien que también lo haya sufrido. El problema estará en el
momento mismo en el que nadie se haya dado cuenta de cómo el virus logró entrar
en su organismo y hacerle rehén doliente. Y sobre todo, lo más peligroso sin duda
alguna, será ver que el medio de transmisión del mismo suele ser el habitual.
El aire se suele llenar de ellos cada vez que el viento revuelve el ambiente y
de que te das cuenta está moqueando. Entonces, mal que te pese, echas un
vistazo a la estantería en la que los libros guardan silencio y descubres que
aquel diccionario que tanta ayuda te prestó no tuvo la precaución de patentar
su nombre para que nadie pudiese desvirtuar sus cualidades.
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