lunes, 8 de octubre de 2018


VOX

En un principio pensé que se trataba de una nueva edición del diccionario que tantas veces había salido en auxilio de dudas léxicas. Aquel que años atrás declinase en silencio los verbos de latín o conjugase certeramente los franceses, había vuelto, se actualizaba, se ponía de nuevo su toga salvadora ante las dudas. Pues no, o mejor, no del todo. Ahora resulta que un partido político se ha mimetizado con dicho nombre y ha salido a la palestra del  foro para aportar sus opciones.  Vox que se adjudica los deseos más íntimos de una ciudadanía que echa en falta una curva cerrada hacia la derecha. Vox que hace gala de defender derechos negando derechos y que es capaz de llenar un coso taurino sin astados para ofrecer una lidia inesperada por tantos. Como si estos tantos no hubiesen querido prever la que se vendría encima, como si pensasen que tiempos pasados jamás volverían, como si una mirada hacia el ombligo les hubiese cegado el horizonte. Y aquí están. Disputando, o mejor, reclamando y exhibiendo una trinchera que hacen propia para que queden clarísimas sus intenciones. Así,  por encima, sin entrar en detalles, simplemente, dan miedo. Y lo peor de todo es que no parece ser una cuestión de minorías. Abres el abanico de las fronteras y compruebas que el virus se ha extendido. Y ya sabemos qué remedio tiene un virus. Ningún antibiótico es capaz de eliminarlo y hay que esperar a que la fiebre pase y sus efectos sean lo menos dañinos posibles. Los días previos, el malestar se hace presente, la desgana aparece, los tiritones te persiguen y debes guardar reposo.  Antipiréticos y calma. Probablemente necesitarás de sucesivos cambios de sábanas al sudarlas de manera incontrolada. Lo más seguro será que las ojeras vengan a tu rostro y ni te reconozcas en el espejo. Sabrás que serán tres días de subida y tres de bajada y probablemente encuentres a alguien que también lo haya sufrido. El problema estará en el momento mismo en el que nadie se haya dado cuenta de cómo el virus logró entrar en su organismo y hacerle rehén doliente.  Y sobre todo, lo más peligroso sin duda alguna, será ver que el medio de transmisión del mismo suele ser el habitual. El aire se suele llenar de ellos cada vez que el viento revuelve el ambiente y de que te das cuenta está moqueando. Entonces, mal que te pese, echas un vistazo a la estantería en la que los libros guardan silencio y descubres que aquel diccionario que tanta ayuda te prestó no tuvo la precaución de patentar su nombre para que nadie pudiese desvirtuar sus cualidades.     

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