jueves, 18 de octubre de 2018


Filosofía



Parece ser que vuelve como asignatura. Aquella que en nuestros años de bachiller se mostrase como interrogante abierta al pensamiento, regresa, afortunadamente. Sí, ya sé, supongo que a más de uno o una le supondrá un esfuerzo supremo asimilar el reencuentro. Probablemente no figurase entre sus asignaturas favoritas y me solidarizo con ellos. Por más esfuerzos que pusiese en entenderla, entre el tono de voz de la señorita Marisa y el horario de viernes vespertino a la que se vio sometida, tampoco tuve demasiada querencia a la misma. Solamente con el paso de los años empecé a encontrar respuestas a las preguntas nacidas del pensamiento que buscaban aclarar las dudas existenciales que todos en mayor o menor medida siempre nos hemos hecho. Y entonces comprendí cuánto de importante es lo que en ella se plantea. Desde la vertiente que se quiera, en ella, en la Filosofía, se nos abre un abanico de opciones desde las que afrontar nuestro discurrir vitalicio. Unas y otras se enfrentarán, se complementarán, se parecerán, o no. Y entonces seremos nosotros los únicos responsables de decantarnos por algunas de ellas  o buscar las que no han nacido aún. Puede que en un momento determinado comprobemos cómo las religiones que tan furibundamente se defienden o atacan también parten de unos postulados filosóficos. Probablemente descubramos la evidencia de las posturas políticas sobre las que una Filosofía más o menos interesada se asienta. Tendremos la oportunidad de elegir en la medida en que reflexionemos sobre verdades y mentiras que se camuflan sobre postulados y consignas. Realmente lo único que nos mantiene a salvo de retroceder hacia el animalismo es el raciocinio y demasiadas veces se le recluye en la caverna de lo obsoleto. Parece como si de la posibilidad de libertad de pensamiento se temiese una libertad de acción no siempre controlada y dirigida. Cómo permitir al individuo ir por libre y no sentir pánico ante la posibilidad de su escapatoria del redil construido es el auténtico temor que les ha llevado a olvidar dicha doctrina. Y en el peor de los casos, algunas de las opciones se impusieron por la fuerza, por el miedo al presente, por el miedo al más allá, o por el propio abandono del esfuerzo personal hacia la reflexión. Así que, bienvenida de nuevo. Y ya puestos a adornar el paraninfo de la recepción sería conveniente dejar que quien deba impartirla actúe como docente libre de métodos impuestos por otros. Se corre el riesgo de que lo que se transmita no concuerde con lo que la Autoridad espera. Mejor que mejor, si así sucede. En lo que a mí respecta, por principio, ningún Principio me inspira confianza y si viene impuesto, menos aún. Al final va a resultar que empiezo a vivir mi día a día como si siempre fuera viernes, el reloj marcase las dieciséis horas y la señorita Marisa fuera susurrando con su voz aflautada el pertinente “¿ se me entiende?”   

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