miércoles, 3 de octubre de 2018


Esperanza de vida



Hace unos días la curiosidad me llevó a preguntarme cuánto tiempo sería razonable que viviera. Probablemente el otoño recién inaugurado tuvo parte de culpa en ello o quizá el pesimismo que de la caída de las hojas se decanta. De un modo  u otro la pregunta surgió así como así y me dispuse a darle vueltas al tema. No es que tenga especial deseo de ver mi finiquito terrenal a la vuelta de la esquina ni que me angustie el hecho de verme deteriorado con el transcurrir de las páginas de este álbum. No, no es eso. Simple curiosidad derivada de alguna de mis vidas anteriores y felinas. Por lo tanto decidí dejar actuar a un simulador que empezó a realizarme preguntas de lo más simple. Pensé mentir en las respuestas y una vez recapacitado dejé que la sinceridad respondiera por mí. Que si tal ingesta de alimentos, que si tales bebidas, que si tales deportes….Un informe detallado hacia un interlocutor que no daba la cara y al que secretamente imploraba escasa reprimenda se fue perfilando en mi mente. Y llegó el momento de verificar resultados. Tembloroso como si el botón rojo de mi sentencia exterminadora brillase como hoja de guillotina, lo pulsé. Allá abajo, como oculto entre los márgenes de la página, anidaba el resultado. Poco a poco comencé a desplazar el cursor vertical. Parecía un tahúr a punto de descubrir el farol de la jugada  maestra. Un absoluto dominio de sudores, de pulsaciones, de dilataciones pupilares. Aparecieron las cúspides de dos cifras y por un momento creí desvanecer de alegría. Calma, me dije. Estoy desde hace demasiado tiempo en esa posibilidad. Desde los diez hasta los actuales, la pareja de cifras es admisible. Seguí bajando por el filo y cuando estuve a punto de recibir sorprendido el resultado falló la batería. Un consuelo, sin duda. Minutos después recobré el aliento y al reiniciar el camino conocido no me pude resistir. Seguí los pasos del cuestionario sin mirar qué pulsaba y llegué de manera más rápida al final anteriormente pausado. Imprimí los resultados y salí rápidamente en busca de un marco que le hiciera justicia. No me podía contener la alegría y decidí darle rienda suelta a la misma. Enmarcada, como si de un título nobiliario se tratase, allí está, sobre la pared medianera del despacho. De modo que cada mañana, cuando me acerco a recoger mis utensilios, me veo allí caduco y sonrío. Pienso que me queda el tiempo suficiente como para no darle paso al descuento de los días. Y en efecto, desde entonces con cada tañido del despertador empiezo desde cero a contar y todo lo veo de manera distinta. Cuestión de prisma, supongo.   

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