martes, 23 de octubre de 2018


Lau Martínez



La verdad es que la primera vez que me crucé con ella tuve la sensación de estar representando un papel de aficionado clown y ella sería la notaria de semejante dislate. Testigo del acto, se movía como un pez en el agua de las emociones disparando sin miramiento, ni misericordia, ni cautela, ni desfallecimiento. Como si temiese perderse alguno de los momentos, los inmortalizaba con su cámara. Desde los rincones de aquella estancia sobre la que ascendían los tintineos del dominó, sus dedos se fueron encargando de testimoniar cuanto allí estaba pasando para dejar en ridículo al mismo sentido del ridículo que la vergüenza empezaba a dejar colgado fuera. Y se reía. Pero no con una risa comedida, no. Se reía como si la Mancha la hubiese elegido pregonera de la alegría y llegase para dejar constancia de su papel. Mientras tanto, los disfraces, las narices engomadas, los argumentos no planificados, iban haciendo de cada uno de nosotros lo que la desvergüenza pedía. Una y otra vez, desde aquí, desde allá, Laura se convertía en el ángel exterminador de los pudores y se sumaba al acto. Aquello no fue simplemente un taller emocional; aquello supuso un revolcón a las formas que tan encorsetadas suelen presentarse y de las que podría dar fe. Ella, que tan acostumbrada está a levantar la tramoya del pesar en los otros, disfrutaba al ver cómo el gozo se nos adhería y nos mimetizaba. La cercanía nos sigue y en ella expandimos una amistad que se sabe cierta. Sin meditarlo, sin planificarlo, fue capaz de recorrer los perfiles custodios de las aguas que tan mías siento y a modo de corza embravecida trazar con tino la senda divisoria y a la vez complementaria. Ella es de espacios abiertos y en ellos planta el tendedero para orear a favor de sol las desventuras que pudieran rondarle. Sabe que en sí acuna la viveza que comienza a dar sentido al mañana desde el hoy. Sabe que las zapatillas pasarán a segundo plano, tomarán un descanso, acunarán la espera. Siente cómo los antojos se le conceden y enmarcan para ser expuestos en el rincón preferido que siempre mire hacia la alegría. De pronto recuerdo que nos debemos unas bravas y espero que a no tardar demos cumplida cuenta de ellas. Ya habrá tiempo para los consejos que tanto me gusta no dar. Ella, vivaracha dulcinea de las marjales, sentirá como suyos los latidos que suyos son y con una sonrisa abierta dará esquinazo al lado oscuro con el cadencioso transitar del día a día. Esta vez, no será necesaria una puesta en forma; esta vez, Lau, querida Lau, la carrera que has emprendido ya la has ganado sobradamente y  el dorsal te viene que ni  pintado. Cruzar la meta solamente la cruzan las osadas y la recompensa obtenida merece la pena. Enhorabuena.

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