viernes, 19 de octubre de 2018


Oriol Junqueras



La primera imagen suya que vi me remitió a los archivos mentales del recuerdo de Muchachada Nui y no logré localizarlo plenamente.  Parecía que algún personaje se me había volatilizado  sin ser consciente de ello y no sabía cómo. De modo que dejé transcurrir el tiempo y una vez fijada la atención en su verbo, que no en su físico, comenzó a interesarme. Defendía y sigue defendiendo unos postulados políticos que no se contemplan en la actualidad y como si de un adalid de la causa se tratase sigue en ello. Poco le importó si el traje que lucía en los actos oficiales pedía a todas luces otra percha. Poco le importó si alguien lo pudiera situar en la base del “castellet” de turno, enfajado como pilar de la torre humana que se le venía encima. Poco le importó, y creo que poco le sigue importando, que los cerrojos que cancelan su celda chirríen cada día. Él aguarda  mientras otros contemplan y buscan vericuetos por los que transitar. Puede que se vista con el hábito cisterciense, budista, franciscano, o de cualquier otra creencia. Dará lo mismo. El color de los mismos acabará derivando a  amarillo y probablemente un triple lazo se anuda por el bajo vientre. Verá transcurrir las horas desde el patio al que convertirá en claustro de firmezas y tendrá sobre sí el pleno convencimiento de la fe en sus postulados. Igual le llegarán noticias de los extramuros y en ellas caligrafiará dos interrogantes antes de dar por ciertas las sentencias. Hará la vista gorda ante la pléyade de correligionarios que decidieron ver desde la barrera la faena que a él y a otros le fue asignada. Será el picador encargado de medir los puyazos para que el astado a lidiar vaya perdiendo fiereza y bravura. Tengo la sospecha de que dará por válida cualquier fecha por retrasada que llegue si el final de la faena resulta ovacionado y las orejas cortadas.  Sabe que otros se apuntarán el mérito y que los héroes son en demasiadas ocasiones  cobardes oportunistas. “No passa res, tot acabará bé” se repetirá a modo de mantra. Y cuando todo eso suceda, probablemente, seguramente, reprobadoramente, mirará de modo cruzado a todos aquellos que no tuvieron la valentía de seguir su ejemplo.  Puede que entonces haga caso omiso a las palmaditas y levantando el “porró”  brinde para sí con un silencioso reproche y limpie las hojas quemadas de un “ calÇot”  que le dé la bienvenida.

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