Oriol Junqueras
La primera imagen suya que vi me
remitió a los archivos mentales del recuerdo de Muchachada Nui y no logré
localizarlo plenamente. Parecía que
algún personaje se me había volatilizado
sin ser consciente de ello y no sabía cómo. De modo que dejé transcurrir
el tiempo y una vez fijada la atención en su verbo, que no en su físico,
comenzó a interesarme. Defendía y sigue defendiendo unos postulados políticos
que no se contemplan en la actualidad y como si de un adalid de la causa se
tratase sigue en ello. Poco le importó si el traje que lucía en los actos
oficiales pedía a todas luces otra percha. Poco le importó si alguien lo
pudiera situar en la base del “castellet” de turno, enfajado como pilar de la
torre humana que se le venía encima. Poco le importó, y creo que poco le sigue
importando, que los cerrojos que cancelan su celda chirríen cada día. Él aguarda
mientras otros contemplan y buscan
vericuetos por los que transitar. Puede que se vista con el hábito cisterciense,
budista, franciscano, o de cualquier otra creencia. Dará lo mismo. El color de
los mismos acabará derivando a amarillo y
probablemente un triple lazo se anuda por el bajo vientre. Verá transcurrir las
horas desde el patio al que convertirá en claustro de firmezas y tendrá sobre
sí el pleno convencimiento de la fe en sus postulados. Igual le llegarán noticias
de los extramuros y en ellas caligrafiará dos interrogantes antes de dar por
ciertas las sentencias. Hará la vista gorda ante la pléyade de correligionarios
que decidieron ver desde la barrera la faena que a él y a otros le fue
asignada. Será el picador encargado de medir los puyazos para que el astado a
lidiar vaya perdiendo fiereza y bravura. Tengo la sospecha de que dará por
válida cualquier fecha por retrasada que llegue si el final de la faena resulta
ovacionado y las orejas cortadas. Sabe que
otros se apuntarán el mérito y que los héroes son en demasiadas ocasiones cobardes oportunistas. “No passa res, tot acabará
bé” se repetirá a modo de mantra. Y cuando todo eso suceda, probablemente,
seguramente, reprobadoramente, mirará de modo cruzado a todos aquellos que no
tuvieron la valentía de seguir su ejemplo. Puede que entonces haga caso omiso a las
palmaditas y levantando el “porró”
brinde para sí con un silencioso reproche y limpie las hojas quemadas de
un “ calÇot” que le dé la bienvenida.
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