Correr por una causa
Desde siempre me ha
llamado la atención la natural querencia del ser humano a correr. Nada más ser
capaz de mantenerte en pie esa necesidad aparece. Como si quisiera el sistema
locomotor justificar su existencia algo desde dentro se pone en marcha de modo
innato. Pasa el tiempo y unas veces persigues un balón, otras alcanzas a un rival, otras,
sencillamente, las realizas en soledad como si quisieras dedicarte pausa y
reflexión. De la competitividad haces o deshaces un objetivo y tienes claro que
lo importante es correr en pos de una causa. Y ahí precisamente, cuando la
causa aparece, entiendes el porqué de aquellos primeros esprintes. Solidaridad,
se llama. Y si de primero se apellida Leucemia y de segundo Infantil, entonces
ninguna excusa se antepondrá al hecho de participar. Dará igual si hace años
que bajaste el ritmo o dejaste de lado la práctica de la carrera. Dará igual si
las articulaciones te piden un poco de sensatez y cordura para evitarte
lesiones. Dará igual si acabas el último de entre los últimos. Lo importante
será formar parte de ese grupo colegial que se ha embarcado en tan hermosa
iniciativa y la va a llevar a cabo contando contigo. Verás el gradiente de
edades que enfundados en el azul cielo darán la vuelta a la manzana para poner
en valor lo que tantas veces se ignora. Pasarás lista a las orlas de los años precedentes
y cuando tu vista se dirija a aquella en
la que el luto aparece fuera de tiempo pensarás que se merecen esta
reivindicación. Aquellas y aquellos a los que el destino segó prematuramente su
futuro fueron parte de tu ayer y siguen siendo parte de tu hoy. Pasarás por las
calles que les vieron correr y sabrás que la Vida suele ser demasiado cruel
cuando decide poner fin a quien el fin no merece. Puede que incluso te remuerda
la conciencia aquella nota insuficiente que les pusiste sin saber que
insuficiente sería su recuperación. Tendrás la plena certeza de que algo les
debes, que mucho les debes, y aquí estás dispuesto a remediarlo en la medida de
lo posible. Correrás por ellos para que nunca más el destino te haga pasar por
la frontera del dolor de una pérdida prematura. Dará igual el puesto que
consigas al llegar a la meta porque el galardón se te ha adherido a modo de
lazo sobre el pecho. Puede que a partir de ahora seas capaz de comprender
cuánto merece la pena la vida cuando la vida que te rodea florece en una eterna
primavera. Todo lo demás, creedme, es secundario.
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