1. Stephen William Hawking
Quiero suponer que la casualidad ha hecho que esté
en las librerías la última obra de este genio. Finales de Octubre, otoño recién
inaugurado, víspera de las visitas al cementerio….parece que todo se pone a
favor del pulso entre la Creencia y la Ciencia que tan gran representante tiene
en este astrofísico. Y digo tiene porque utilizar el pasado para hablar de la
eterna duda existencial no tiene sentido. Este ilustre impedido físico se
mostró como superdotado mental y superó todas las barreras inimaginables para
dar salida y eco a sus teorías. Hace años, una de sus obras me espetó a la cara
la insuficiencia que en mí anidaba para entenderla y tuve que cogerla con
pinzas para no incrementar mi desazón. Explicaba la teoría de los Agujeros
Negros y te dejaba un poso de credibilidad que derribaba parte de las murallas del
credo. Y así siguió toda su vida. Agnóstico ante lo no demostrable y negador de
la existencia de un dios creador de un Universo espontáneo en su nacimiento. No
podría ser de otro modo en el laboratorio cerebral de esta eminencia. Una
especie de santo Tomás del siglo XXI que rechazaba firmemente el hecho de
admitir respuestas no satisfactorias se erigía como voluntario profeta del raciocinio.
Poco importaron sus carencias cuando era capaz de extraer de sí los parámetros
que aportaban soluciones a los otros. Quizás algún botarate decidió que su
nivel no era merecedor de premio Nobel por su propia incapacidad; no, no me
refiero a la Stephen. Y como si la historia quisiera disculparse con él, la póstuma
obra sale a la luz. Aquel que le diera vida a su propia vida en el cine se
encarga del prólogo y su hija añade páginas a modo de afectuosa rúbrica.
Promete breves respuestas a grandes preguntas y prometo buscarlas de modo
inmediato. Nada me causa más desasosiego que dar vueltas a los interrogantes y
tener que aceptar corolarios que no me convencen. Si al final consigo o no mi objetivo ya será cuestión de capacidad
intelectual por mi parte. De lo que no me cabe duda es de saber que todo
aquello que fue capaz de destilar una mente tan maravillosa como la de Hawking merecerá la pena. Más que nada lo
haré para no dejar el protagonismo absoluto a los claveles, a los crisantemos,
a los epitafios, a los mármoles, que en estos días muestran todas sus galas intentando
hacernos creer en una Vida Eterna hasta ahora desconocida. Cuestión de fe,
cuestión de ciencia
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