miércoles, 3 de octubre de 2018


Buscando a Penny Lane



La sorpresa me vino en el mismo instante en que fui receptor de semejante novela sin esperarlo. El compañerismo se había infiltrado en los vericuetos de la sangre y de ahí derivó hacia mis manos que receptoras se dispusieron a seguir el paso invitador de aquella mítica portada. No sabía exactamente qué me iba a encontrar. O una nueva rendición ante la grandeza de los genios de Liverpool, o una historia de vidas entrecruzadas, o una biografía escondida tras el traje de detective privado. Y resultó ser un total de todo lo anterior, afortunadamente. En ella, Luis Bustamante, decide transmutarse en ese trípode argumental para dejar constancia de cuánto se le debe a la música cuando la música decide instalarse en nuestro interior. Cuántas y cuántas veces, acude a nosotros la melodía rescatadora de desamores, de sueños no cumplidos, de ilusiones tan vivas que parecen reales. Y lo hace con la agilidad propia de quien maneja las púas de un mástil hexacordado de prosa como si quisiera deslizarse por los trastes de la nostalgia y llevarnos de la mano del estribillo. Se deja acompañar por los actores secundarios tantas veces erigidos como voces desafinadas que acaban dando sentido a la melodía. Un punto de nostalgia de cuánto quedó por descubrir en aquella década nos lleva a intentar usurparle al propio protagonista parte de sus vivencias. Y en ello, Lenon, disfrazado de seudónimo en el firmante de la obra, se encomienda y siempre encuentra un rincón metafórico en el que abrir la funda de su guitarra. Allí, las monedas cómplices, caerán como agradecimiento por parte de aquellos a los que el tiempo les voló y siguen pensando en qué dejaron en el camino. Poco importará que las flores se hayan marchitado dentro de un búcaro llamado realidad. De nada servirá buscar explicaciones en aquellos sueños de un mundo mejor a los que la sucesión de títulos, de álbumes, de voces, dieron firma y perpetuidad. El círculo sigue dividido en tres sectores en los que la proclama sigue vigente y a nada que hurgues en la obra los acabas sacando a la luz del presente. Compruebas cómo la ilusión se funde con el letargo de una convalecencia y tras un primer momento sorprendente ya no te atreves a apostar por un desenlace discorde. Tiene poesía en las introducciones capitulares para irse adentrando en una nueva etapa de un incansable trasiego en busca de respuestas. No son necesarias. Aquellos que tuvimos la suerte de vivir aun de refilón aquellos momentos sabemos sobradamente que la respuesta siempre estará en el viento, y eso, creedme, Luis, o mejor, Lenon, lo ha utilizado para hacer volar a la cometa de la historia. Lo del tercio policíaco no es más que mera excusa para no dejar resbalar la emoción por sus mejillas y que todos seamos testigos de su tristeza.

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