1. Julen Lopetegui
Hace años que dejé de ser el apasionado seguidor del Real Madrid
para seguir siendo el ilusionado seguidor del equipo de mi infancia. Dejé de
intentar comprender a los directivos que mimaban a las quintas y cambiaban
gradas por palcos. Seguí intentando curarme la cicatriz que aquellas derrotas
me dejaban incluso los partidos amistosos para seguir engañándome con la
ilusión de un juego llamado fútbol que cada vez tiene menos de juego. Y así,
asido a la esperanza de recobrar viejos valores, de cuando en cuando, me siento
enfrente de quienes defienden los colores creyendo que lo harán desde el
pundonor y esfuerzo. Pero el tiempo me ha convertido en el crítico contumaz
ante los hechos que desmerecen la historia y en más de una ocasión la
desvergüenza llama a mi puerta. Por eso, y por otros muchos esos, aquella
tentación a la que Lopetegui sucumbió estaba condenada al fracaso. Un
presidente tentando y él aceptando las monedas traidoras que le harían más rico
pero menos creíble. El regusto por el tintineo se superpuso a la palabra
firmada y ahí se empezó a cavar la tumba. La desbandada previa no le fue
suficiente argumento como para quitarse la venda en los ojos que el montante
económico le puso y se dejó arrastrar hacia la supuesta gloria. Nada de hacer
caso a precedentes actuaciones de colegas que vieron la ratonera y rechazaron
el queso. Nada de dejar paso a la reflexión que le anticipaba una etiqueta que
jamás podrá quitarse de encima. Nada de dejar pasar la oportunidad de triunfo
cuando los cantos de sirenas te lo entonan sin partitura. Un fiasco total al
que no querer ver en su total amplitud. El féretro empezó a diseñarse nada más abrirse
el velatorio liguero y la corona dedicada trajo ayer un epitafio cuatribarrado.
No seré yo quien dé lecciones tácticas a quien fue futbolista y vivió de cerca
los avatares del balón. Ni se me ocurriría plantear a quien preside un cambio
de rumbo en la entidad. No, no llego a tanto ni pretendo ser lo que no soy. Pero de lo que no cabe duda es
que aquel Madrid que nos vio crecer y nos
hizo soñar nada tiene que ver con el actual en ninguno de sus aspectos.
Probablemente los presupuestos se sigan diseñan para ilusionar y poco más.
Probablemente, y eso es lo más penoso, un nuevo iluso vuelva a dejarse tentar
por los mismos motivos y llegue para convertirse en un nuevo Lopetegui sin
querer ver dónde se mete. La ambición casi siempre esconde una carta marcada en
la manga y suele aparecer en el tapete verde cuando las del rival son
infinitamente mejores. Al final pierdes la partida y cambias las fichas quizás
arrepentido y sin solución.
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