sábado, 20 de octubre de 2018


Las hijas del Capitán



Nada más comenzar la lectura de esta novela te das cuenta de qué te vas a encontrar. Algo te suena  a conocido, algo te sabe a leído, algo, en resumen, te anticipa un guión no demasiado novedoso. Bueno, es lo que tiene ser lector contumaz: pocas veces un argumento te zarandea completamente. Así ha de asumirse y así transcurre la obra de María Dueñas. Una familia malagueña encabezada por un buscavidas se adentra e instala en Nueva York en los años de despegue y recepción migratoria. Una familia en la que la madre acarrea sobre sí los principios de una cuna que al poco tiempo de llegar comprueba condenados a la desaparición. Un trío de hijas tan solidarias entre sí como dispares en sus proyectos de futuro. A todos ellos se le van sumando personajes de firmes y dudosas procedencias sobre los que a modo de rascacielos se va erigiendo la trama.  Toques sutiles de tendencias políticas intentan dar paso a las dos Españas que a un lado y otro del Atlántico empiezan a cargar armas.  Tiempos de paso que se aceleran desnudando las escasas seguridades que el hambre y la angustia de una incierta supervivencia saca a la palestra en estas más de seiscientas páginas. Los capítulos se suceden a ritmo de una evolución a mejor cargada de obstáculos que, unas veces la suerte, otras veces la osadía, otras veces la casualidad, van hilvanando para festonearla correctamente. Los retratos tras los que se nos muestran protagonistas y antagonistas bien podrían dibujarse sobre un folio nada más aparecer y el acierto sería pleno. Es como si estuviéramos presenciando una nueva versión cinematográfica en nuestra propia pantalla imaginativa. Podría ser un melodrama, pero no me atrevo a asegurarlo a ciencia cierta. Quizá casi todo está escrito ya y la variedad del cómo empieza también a agotarse. La decisión entonces la debe tomar el lector y asumir por sí mismo sus aciertos y sus errores. Leer es un ejercicio que como tal merece y precisa de un entrenamiento. Posiblemente, con el transcurso del tiempo, cada cual extraerá las conclusiones placenteras o no que la obra en ristre le aporte. El dilema vendrá cuando haya que decidir por qué obra u obras serías capaz de hacer un hueco en la personal maleta que te lleves a una isla desierta. Igual en dicha isla las distracciones son más naturales y la buena lectura se convierta en un lujo que merecerá degustar una y otra vez. Que cada quien decida por sí mismo y luego juzgue su decisión si quiere, o no.  

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