Los zócalos felinos del Carmen
La primera vez que vi sus siluetas pensé en que una camada
libre se había apoderado de las calles del Carmen y como dueños absolutos
vagaban a sus anchas. Todos, felinos azabaches, apoyados sobre los zócalos de
los edificios que hasta entonces se apoyaban sobre las baldosas carentes de
alegría. Y allí aparecieron, como por arte de magia, arqueando sus lomos
mientras afilaban sus unas a la espera del sustento. Silenciosos como siempre,
miraban a la luna que se mostraba entre las rendijas de los balcones para dar
testimonio de su alegría al verlos allí parapetados. Inmóviles calcos sacados
de un papel imaginativo que la autoría anónima quiso legar a las escurridizas
sombras. Nada más lejos de su intención
que ejercer de brigadistas punitivos hacia los roedores que cayesen en su
propia imaginación temerosa. Por nada del mundo se empecinarían en privar del
paso a quienes la historia les situó como enemigos y ellos mismos aceptaron
como rivales de la noche. Estos félidos
pronto se vieron acompañados por las siluetas que expandieron perfiles
de generosas manos aproximándose a sus bigotes. Manos cargadas de años y
caricias a depositar sobre el pelaje a la espera de que el lomo se arquease
como agradecimiento. Puedo aseguraos que semejantes instantáneas viven más
desde su quietud que muchas escenas móviles que pasan a su lado y las ignoran.
Suele percibirse el siseo nocturno que les llama a la mesa imaginaria entre los
eucaliptos erigidos como tótems de
vivencias. Poco importa que el impacto del balón les saque de su silencio si el pago a recibir es la
sorpresa de la inocencia que les cree vivos. Seguro que en su fuero interno
imaginan que allí, al otro lado del adobe, el real existe. Seguro que son
capaces de olvidarse de la esfera pateada durante unos segundos y jugar con
ellos como sólo juega quien vive en el juego y aleja al futuro. Seguro que en
alguna ocasión se preguntan por qué nos hemos empeñado en convertir
espacios lo que ellos saben estadios. Seguro que consideran cruel
haber condenado al ostracismo nacido de unos brochazos a estos gatos que
únicamente pedían quietud ante las
aviesas intenciones de hacerlos desaparecer. Quizás el día de mañana, cuando
vuelvan a pasear por el Carmen
encuentren la respuesta para quienes entonces pataleen un balón y sigan viendo
en los zócalos unas siluetas azabaches que seguirán maullando a la luna como
siempre han hecho. Igual consiguen entender el porqué que ahora no encuentran.
Jesús(defrijan)
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