viernes, 13 de noviembre de 2015


    Los zócalos felinos del Carmen

La primera vez que vi sus siluetas pensé en que una camada libre se había apoderado de las calles del Carmen y como dueños absolutos vagaban a sus anchas. Todos, felinos azabaches, apoyados sobre los zócalos de los edificios que hasta entonces se apoyaban sobre las baldosas carentes de alegría. Y allí aparecieron, como por arte de magia, arqueando sus lomos mientras afilaban sus unas a la espera del sustento. Silenciosos como siempre, miraban a la luna que se mostraba entre las rendijas de los balcones para dar testimonio de su alegría al verlos allí parapetados. Inmóviles calcos sacados de un papel imaginativo que la autoría anónima quiso legar a las escurridizas sombras. Nada más lejos de  su intención que ejercer de brigadistas punitivos hacia los roedores que cayesen en su propia imaginación temerosa. Por nada del mundo se empecinarían en privar del paso a quienes la historia les situó como enemigos y ellos mismos aceptaron como rivales de la noche. Estos félidos  pronto se vieron acompañados por las siluetas que expandieron perfiles de generosas manos aproximándose a sus bigotes. Manos cargadas de años y caricias a depositar sobre el pelaje a la espera de que el lomo se arquease como agradecimiento. Puedo aseguraos que semejantes instantáneas viven más desde su quietud que muchas escenas móviles que pasan a su lado y las ignoran. Suele percibirse el siseo nocturno que les llama a la mesa imaginaria entre los eucaliptos erigidos como tótems  de vivencias. Poco importa que el impacto del balón les saque de  su silencio si el pago a recibir es la sorpresa de la inocencia que les cree vivos. Seguro que en su fuero interno imaginan que allí, al otro lado del adobe, el real existe. Seguro que son capaces de olvidarse de la esfera pateada durante unos segundos y jugar con ellos como sólo juega quien vive en el juego y aleja al futuro. Seguro que en alguna ocasión se preguntan por qué nos hemos empeñado en convertir espacios  lo que ellos  saben estadios. Seguro que consideran cruel haber condenado al ostracismo nacido de unos brochazos a estos gatos que únicamente  pedían quietud ante las aviesas intenciones de hacerlos desaparecer. Quizás el día de mañana, cuando vuelvan  a pasear por el Carmen encuentren la respuesta para quienes entonces pataleen un balón y sigan viendo en los zócalos unas siluetas azabaches que seguirán maullando a la luna como siempre han hecho. Igual consiguen entender el porqué que ahora no encuentran.     

 
Jesús(defrijan)

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