martes, 24 de noviembre de 2015


Estambul (capítulo1º: Santa Sofía)

A escasos metros del Gran Bazar decidieron los equipajes reposar por unos días y nosotros nos dispusimos a integrarnos en ese ambiente cosmopolita. La vida de la ciudad transcurría desde la vorágine del tráfico intenso por las avenidas que la cruzaban de parte a parte como arterias de sangres mezcladas entre dos continentes. Primera parada  guiada hacia Santa Sofía en la que la mezcla de arquitecturas hablaba por sí sola de distintas etapas de sucesivos dominios. Y allí, el orificio sobre la columna a modo de reloj sobre el que girar nuestros dedos como agujas del mismo para dar inmortalidad a lo que ya era inmortal por sí misma. Y entre frescos bizantinos llegó el ángel custodio en modo de leyenda para reclamar nuestra atención. Habla de cómo por encargo de la divinidad bajó al lugar en cuestión para supervisar las obras de la primigenia basílica y  posterior mezquita. Al aproximarse bajo forma humana observó cómo un sólo obrero estaba a pie de obra y de cómo preguntó por el resto de jornaleros. La repuesta que obtuvo fue que se habían ausentado a reponer fuerzas y volverían a la mayor brevedad. Debido a los innumerables robos de materiales, a él le había tocado en turno quedarse a vigilarlos. De modo que el ángel  le  propuso cuidar por él mientras se marchaba a toda prisa a reclamarlos para no retrasar más el tiempo de conclusión de tan magna obra que dios reclamaba con urgencia. “Permaneceré ocupando tu puesto hasta que tú regreses y cuidaré por ti” fueron sus palabras. Así  que cuando llegó a donde estaban sus colegas de oficio y les relató lo sucedido, estos decidieron que el único que no regresaría a pie de obra sería este emisario para conseguir con ello la perpetua vigilancia celeste que todavía perdura como promesa del alado emisario.  He de confesar que bajo sus cúpulas asimétricas todavía se percibe el silencioso vuelo de quien desde entonces ejerce de vigía. Únicamente, desde la salida sur, a través del espejo que  remite al friso oculto a primera vista, el pantocrátor que nos despide lo hace con un guiño cómplice a modo de rúbrica de dicha leyenda. Justo a su izquierda, una cisterna permanece como recuerdo de pila bautismal de un tiempo concluido que perdura en la historia. Ni siquiera los múltiples movimientos sísmicos que se han ido sucediendo a lo largo del tiempo han sido capaces de destruir lo que el tesón en las creencias se empeñó en erigir para mayor gloria de su propia fe.     

 
Jesús(defrijan)

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