La Farándula enamorada del Amor
Sólo el título de la obra anticipaba lo que estaba a punto
de suceder. Enamorarse del amor es uno de los actos más sublimes que se pueden
disfrutar en este mundo en el que el dolor se empeña en abrirse camino y
siempre lo ha sido. De hecho este grupo de actores y actrices faranduleros ayer
lo dejaron claro al resucitar los textos que por inmortales no necesitan más
resurrección que un escenario y una platea
acorde con semejante libreto. No importa que para los desconocedores de
tal grandeza resulte obsoleto el intento, iluso el esfuerzo o baldía la
profesionalidad de cuantos son capaces de
entregarse al papel. Y así sucedió. Desde el momento en el que el telón
abrió sus alas, unos seres que se adjetivaban de provisionales se dejaron
arrastrar por los vericuetos del Amor para reconocerse y hacernos reconocible
la grandeza del mismo. Un amplio repaso
por el Siglo de Oro en el que el bufón maestro de ceremonias a toque de
campanilla cambiaba de escenas y mantenía el argumento. Desamores dolientes,
engaños placenteros, insufribles perdones y alocados ilusos iban sucediéndose
en pos del único objetivo por el que merece la pena existir. Allí, las miserias que todo ser
humano no querido, incapaz de amar, olvidado por el carcaj de Cupido podía
reconocerse fácilmente incluso en los momentos en los que la ironía se abría
paso o los versos rechazados se empeñaban en vestirse de gala. Nada más penoso
que esparcir al viento amores no correspondidos por mas incomprensibles que nos
resulten. Dejaron claro a todo aquel que quiso escucharlo, a todo aquel que
quiso presenciar algo más que su propia entelequia, que el amor ni conoce de
ataduras ni de forzamientos en un solo sentido. De ahí que el silencio reinase
en más de una ocasión en las que las voces encogieron el alma mientras entre
bambalinas se segaban compasiones. Hora y media de reflexión imprescindible
para no vivir en el engaño para aquel que necesite mirarse de frente. Anoche,
amigos míos, amigo Manuel, quedó clarísimo que nada merece más la pena que
sentirse enamorado y ser correspondido. Bueno, sí hay algo que merece más la
pena; sin duda, convertirse en adicto farandulero para que bajo sus sayas
seamos capaces de reconocer en nosotros mismos al bufón digno de misericordia
que alterna risas y llantos cuando se ve privado de amar. Gracias, amigos míos,
por haber adoptado por nosotros el papel que tantas veces nos hemos negado y
tantas veces echamos de menos.
Jesús(defrijan)
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