lunes, 16 de noviembre de 2015


      La Farándula enamorada del Amor

Sólo el título de la obra anticipaba lo que estaba a punto de suceder. Enamorarse del amor es uno de los actos más sublimes que se pueden disfrutar en este mundo en el que el dolor se empeña en abrirse camino y siempre lo ha sido. De hecho este grupo de actores y actrices faranduleros ayer lo dejaron claro al resucitar los textos que por inmortales no necesitan más resurrección que un escenario y una platea  acorde con semejante libreto. No importa que para los desconocedores de tal grandeza resulte obsoleto el intento, iluso el esfuerzo o baldía la profesionalidad de cuantos son capaces de  entregarse al papel. Y así sucedió. Desde el momento en el que el telón abrió sus alas, unos seres que se adjetivaban de provisionales se dejaron arrastrar por los vericuetos del Amor para reconocerse y hacernos reconocible la grandeza  del mismo. Un amplio repaso por el Siglo de Oro en el que el bufón maestro de ceremonias a toque de campanilla cambiaba de escenas y mantenía el argumento. Desamores dolientes, engaños placenteros, insufribles perdones y alocados ilusos iban sucediéndose en pos del único objetivo por el que merece la pena  existir. Allí, las miserias que todo ser humano no querido, incapaz de amar, olvidado por el carcaj de Cupido podía reconocerse fácilmente incluso en los momentos en los que la ironía se abría paso o los versos rechazados se empeñaban en vestirse de gala. Nada más penoso que esparcir al viento amores no correspondidos por mas incomprensibles que nos resulten. Dejaron claro a todo aquel que quiso escucharlo, a todo aquel que quiso presenciar algo más que su propia entelequia, que el amor ni conoce de ataduras ni de forzamientos en un solo sentido. De ahí que el silencio reinase en más de una ocasión en las que las voces encogieron el alma mientras entre bambalinas se segaban compasiones. Hora y media de reflexión imprescindible para no vivir en el engaño para aquel que necesite mirarse de frente. Anoche, amigos míos, amigo Manuel, quedó clarísimo que nada merece más la pena que sentirse enamorado y ser correspondido. Bueno, sí hay algo que merece más la pena; sin duda, convertirse en adicto farandulero para que bajo sus sayas seamos capaces de reconocer en nosotros mismos al bufón digno de misericordia que alterna risas y llantos cuando se ve privado de amar. Gracias, amigos míos, por haber adoptado por nosotros el papel que tantas veces nos hemos negado y tantas veces echamos de menos.  

Jesús(defrijan)

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