jueves, 5 de noviembre de 2015


   Fin

Así concluían aquellas películas en blanco y negro que acompañaron a nuestro crecimiento y que solían venir precedidas de unos créditos que leíamos a toda prisa mientras la sintonía de fondo nos invitaba a abandonar la sala. Era justo en ese momento en el que empezábamos a degustar el guion ya visto y a soñar con el de la semana siguiente desde la inquietud nacida al pensar en superarlo. Supongo que en más de uno  vagaría el crítico que aplaudiese o criticase el pasado según su mejor sentir o entender. Lo que estaba claro era que aquella película no volvería  tener pase por la pantalla para no resultar reincidente, aburrida, molesta. De hecho, con el tiempo, aquellos que somos cinéfilos, hemos llevado a nuestra vera esa especie de varita mágica que nos indica si nos estamos equivocando o no  en la elección y el resultado es dual. O bien permanecemos absortos ante el nuevo pase o a los diez minutos empezamos a movernos  porque sabemos que no es de nuestro gusto lo que vemos.  De ahí que sea conveniente leer o escuchar las críticas previas para cotejar los excesos o mínimos sobre los que caminar. En cualquier caso, siempre aparecerá una pizca de compasión hacia aquel equipo de producción que apostó por un producto cuyo resultado final no es el deseado. Y así seguimos intentando encontrar entre los rollos de las películas los argumentos vitales para nuestra propia existencia. Ya no existe en NO-DO con el que darle paso al argumento, ni existen los descansos preceptivos para visitar el ambigú a mitad de proyección. Todo se lleva de tirón y la mayoría de las veces con una previsible conclusión. De nada servirá escuchar al terminar las opiniones ajenas si la tuya se ha forjado  a prueba de inclemencias e influencias y tu propio criterio sirve. No es cuestión de soberbia por no querer atender razones que están demás; es cuestión de firmeza en unas creencias que se fueron afianzando con el paso de los múltiples ejemplos de comedias, dramas y tragedias con los que llenaste tu saco de buhonero cerrándolo  con doble nudo. Y lo mejor de todo será que escucharás sin oír las palmadas de risas que desde la recepción  en las que las taquillas moran se sigan prodigando. Has visto tantas veces argumentos parecidos que acabas  distinguiendo en los pasquines lo obsoleto de lo futurible. Así que si alguna vez, desde la butaca de la vida comprobamos que el rótulo de THE END salta ante nuestros ojos, lo mejor será dejar que las dos cortinas del telón  cumplan con su función mientras las luces nos indican el pasillo de salida. Al menos a mí, me da resultado.


Jesús(defrijan)

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