Aquellas noches de ánimas
La casa olía a lamparillas de aceite y velas diseminadas por
doquier. Posiblemente lanzaban al Infinito una señal que les hiciese entender
que seguían presentes en la memoria y que bajo la parpadeante luz, podrían
orientar su regreso durante las horas del día que les homenajeaba. Recuerdos
que afloraban en torno a la mesa que recibía los tibios rayos de sol que se
desperezaban con el otoño bien entrado. El tañer lastimero de las campanas que
nos recordaba sin cesar el duelo de su ausencia compitiendo con los primeros
humos de las estufas de leña. Rezos, visitas a las cruces, y la noche llegando.
Y antes de conciliar el sueño, sobre la mesita, el libro deseado y temido de
las Leyendas de Bécquer. Bajo sus tapas esperando turno estaban aquellas que
hablaban de regresos a la vida de los finados muertos bajo los influjos del
desamor. Allí, protegido con el edredón por el que sobresalían las iniciales
bordadas de las sábanas, mis ojos dispuestos de revivir en la lectura, lo que
de la lectura nacía. Soria, la poética Soria, prestando un monte animado a las
pruebas de amor que una pérfida Beatriz lanzaba a un enamoradísimo Alonso
retándolo a recuperar una estola entre los árboles huidizos ante la batalla
renacida. Un rito eterno entre el amor y la muerte que casi siempre concluye
con la victoria de la segunda cuando el primero sólo va en un sentido del
camino. Sobre las sombras de la habitación, el ulular del viento que se colaba
indiscreto por las rendijas para sumarse a la vigilia. Un pulso entre el deseo de acabar la lectura y el temor a
apagar la luz por más racionalidades que me llegasen. Imaginaba el piafar del
caballo sangrante de regreso y la congoja ascendía hasta mis ojos que se
negaban a darse descanso. Al otro lado
de la puerta erigiéndose como dóricas
sobre el techo de vigas, las maderas que sustentaban a las caídas del agua y
sobre la cúpula ennegrecida, un transitar de nubes en busca de insospechados
destinos. Fantasmales recreaciones que acompañaban a las horas hasta que los primeros
pasos sobre los adoquines de la calle levantaban el telón de un nuevo día.
Sobre el reclinatorio heredado, las huellas de una invisible mujer que un año
más había llegado y penaba la culpa de su osadía y vagaba de nuevo hasta
encontrar la paz para su alma. Los cascos de las monturas marcando el transitar
hacia una nueva jornada y a lo lejos la niebla deslizándose a modo de telón
sobre un escenario llamado infancia.
Jesús(defrijan)
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