Las brujas de la suerte
Ahora que se aproximan las fechas tradicionales en las que
compartir esperanzas de premios incluso
desde los meses de la canícula, es curioso ver cómo han proliferado por
cualquier administración. Esas hadas madrinas de arrugas epidérmicas y narices curvas, han pasado de ser condenadas
a la hoguera a ser portadoras de buenos augurios desde sus verrugas nasales y
dentaduras menguantes. Supongo que tras tantos siglos de estar condenadas
a volar por los cielos nocturnos a lomos de sus escobas han sido
perdonadas y por eso se ubican en los hangares de la fortuna. Las hay de todo
tipo y condición y cada una de ellas se les suele adosar un número premonitorio
al que sólo le falta el aleluya que corrobore tal dicha al afortunado
adquiriente. Han pasado de ser meras bailarinas que agitaban sus andrajos al
son de las palmas en los porches de
Combarro a convertirse en garantes de la mayor lotería posible llamada ilusión.
Quien más quien menos ha soñado alguna vez con una suma indecente que le
pasaportase a la vida lúdica. Y quien menos quien más automáticamente ha
empezado a cuestionarse miedos a la hora
de no saber qué hacer con tan generosa
caja de Pandora cuya llave tiene en su poder.
La cuestión está en que sin darnos cuenta, al primigenio festejo del
premio conseguido, normalmente le sigue el temor a no saber qué hacer con él.
Es como si fuésemos incapaces de aceptarlo por haber sido educados en el catón
del conformismo y por tanto asumir que no nos lo merecemos. No estoy hablando
de un límite asumible en el premio conseguido; estoy refiriéndome al exceso del
cual no sabríamos disponer. O sí, quizás
sí sabríamos. De cualquier forma, a nada que lo pensemos, a nada que nos
fijemos, aparecerán en el horizonte otro tipo de brujas en cuyo interior anidan
los peores augurios. Es más, saben sobradamente que les va a tocar seguro
jueguen el número que jueguen los incautos que se sueñan millonarios. No hará
falta que muestren su escoba porque hace años que usan la aspiradora de la
codicia y van a seguir así. Así que lo mejor será invocar a la suerte desde la
racionalidad de saber que jugamos a medias
pero pagamos nosotros, y por tanto, cuanto menos nos toque, mejor. No
saldremos de pobres pero el gustazo que nos dará ver el ceño fruncido de quien
no nos puede esquilmar ya será suficiente pedrea. Nada, no se hable más, me
ofrezco a entregar entre el tres por
ciento y el veinte por ciento a quien sea capaz de gastarse con poderío el
premio que me toque. Eso sí será un embrujo que merecerá la pena y como tal habrá
que celebrarlo por más envidias que despierte. Lo de mantener o hacer desaparecer
arugas, verrugas o cualquier otro vestigio
de indignidad les va a resultar imposible por más que se esfuercen en mostrarse
respetables, honorables o fiables.
Jesús(defrijan)
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