La pérgola
Moraba en la quietud
que los años le fueron otorgando a modo de reducto luminoso plagado de
penumbras. Supo desde el mismo instante de su llegada que ese lugar acabaría
siendo el foro en el que las palabras
esparcirían al viento deseos, anhelos, sueños. En sus arcos fueron elevándose
los arrayanes que formaron un tupido tapiz de aromas a los que encomendarse
cada primavera y con esa esperanza languidecía en las tardes otoñales. Callaba
sus tristezas por más transeúntes anónimos que segmentasen sus límites
ignorándola como se suele ignorar al eco silencioso, Sólo ella sabía de secretos guardados entre corazones que se
prometieron eternidades en aquellos albores del sentir que tanto echaba de
menos. A escasos metros, nuevos brotes
florecieron y la fueron relegando a un segundo plano en el que un telón de
conformismo la refugiaba de la ignominia de la compasión. Hasta esta tarde, todo se encaminaba lentamente
hacia el delta del olvido. Hasta esta tarde, en la que dos seres solitarios
decidieron adoptarla como cubil de caricias, reducto de besos, porche de
pasiones contenidas que alzaron vuelo. No supieron discernir que tras sus
caricias se escanciaba la savia que volvía a dar sentido a quienes daban
sentido a los moldes forjados. No hizo falta que la luz incidiese de costado
sobre el pecho de dos amantes que se
iluminaban desde las miradas de sí para sí. No hizo falta que el transitar por
las veredas de quienes seguían ignorantes de aquellas pasiones girase la vista.
Todo era verdad y a verdad sabía. Y los momentos se convirtieron en
instantáneas que impregnaron pupilas de aquellos dos que tantas veces caminaron
ciegos. Habían seguido las sendas en las que los cantos rodados acabaron por
cubrir el verdor y sabían de la torpeza de sus pisadas. El rumor de la fuente
cercana prestó para dos el goteo melodioso
de un amor incontenible. Y la noche fue cayendo, lenta, pesadamente. Poco
importaba que sus pasos emprendiesen caminos dispares a quienes sabían de
razones y saboreaban emociones. Allí sellaron un pacto y allí cada tarde de
otoño, cuando el silbido de la cafetera les remite a su realidad, un sabor a
besos robados viene a endulzar los labios que sonríen con motivo. Quizás la pérgola les está echando de menos
como suele echarse menos a lo que de
verdad importa. Si pasáis por su vereda observadla. Puede que esté contando los
minutos que faltan para que una nueva cita se produzca y le devuelva la alegría
con la que entender el sentido de su existencia.
Jesús(defrijan)
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