jueves, 19 de noviembre de 2015


    La pérgola

Moraba  en la quietud que los años le fueron otorgando a modo de reducto luminoso plagado de penumbras. Supo desde el mismo instante de su llegada que ese lugar acabaría siendo  el foro en el que las palabras esparcirían al viento deseos, anhelos, sueños. En sus arcos fueron elevándose los arrayanes que formaron un tupido tapiz de aromas a los que encomendarse cada primavera y con esa esperanza languidecía en las tardes otoñales. Callaba sus tristezas por más transeúntes anónimos que segmentasen sus límites ignorándola como se suele ignorar al eco silencioso, Sólo ella sabía  de secretos guardados entre corazones que se prometieron eternidades en aquellos albores del sentir que tanto echaba de menos.  A escasos metros, nuevos brotes florecieron y la fueron relegando a un segundo plano en el que un telón de conformismo la refugiaba de la ignominia de la compasión. Hasta  esta tarde, todo se encaminaba lentamente hacia el delta del olvido. Hasta esta tarde, en la que dos seres solitarios decidieron adoptarla como cubil de caricias, reducto de besos, porche de pasiones contenidas que alzaron vuelo. No supieron discernir que tras sus caricias se escanciaba la savia que volvía a dar sentido a quienes daban sentido a los moldes forjados. No hizo falta que la luz incidiese de costado sobre el pecho de dos amantes  que se iluminaban desde las miradas de sí para sí. No hizo falta que el transitar por las veredas de quienes seguían ignorantes de aquellas pasiones girase la vista. Todo era verdad y a verdad sabía. Y los momentos se convirtieron en instantáneas que impregnaron pupilas de aquellos dos que tantas veces caminaron ciegos. Habían seguido las sendas en las que los cantos rodados acabaron por cubrir el verdor y sabían de la torpeza de sus pisadas. El rumor de la fuente cercana prestó  para dos el goteo melodioso de un amor incontenible. Y la noche fue cayendo, lenta, pesadamente. Poco importaba que sus pasos emprendiesen caminos dispares a quienes sabían de razones y saboreaban emociones. Allí sellaron un pacto y allí cada tarde de otoño, cuando el silbido de la cafetera les remite a su realidad, un sabor a besos robados viene a endulzar los labios que sonríen con motivo.  Quizás la pérgola les está echando de menos como suele echarse menos  a lo que de verdad importa. Si pasáis por su vereda observadla. Puede que esté contando los minutos que faltan para que una nueva cita se produzca y le devuelva la alegría con la que entender el sentido de su existencia.

Jesús(defrijan)

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