Libre albedrío
Es ese estado que fluctúa entre las veredas de las verdades
que cada cual utiliza como atuendo. Hace que el día a día sea un constante
abanico de sorpresas sobre las que expandir tus deseos, tus anhelos, tus
esperanzas. Y así todo sigue su curso por el cauce de arcilla que
impermeabiliza al terreno para no erosionarlo demasiado. Los caprichos para uno se convierten en agujas de
brújula para uno mismo y sobre las puntas imantadas traza su ruta. Sabe que
habrá tormentas a las que tendrá que plegar las velas para no sucumbir al
naufragio. Sabe que el cielo se cubrirá
de nubarrones amenazantes cargados de granizas incomprensiones. Sabe que por la
borda saltarán anhelos que otros hayan podido soñar y que no está dispuesto a
desmontar en un último intento de no dañar. Bastará con dejar que la popa del
bajel se muestre ante aquel que no quiera verse náufrago entre los sargazos de la ilusión que yacen en
los abismos silenciosos. La espuma se ha erigido como muro de salitres y no hay
posibilidad alguna de regresar al mismo puerto que se dejó. Hace tiempo que los
mensajes embotellados embarrancaron y el sol los fue destiñendo con la lupa del
olvido. Los tatuajes que buscaron huecos en los brazos se han convertido en
huérfanos óbolos de un cepillo
menesteroso llamado pena. Sí, puede que resulte cruel, puede que suene a
cinismo, pero es la pura verdad. El albedrío ha dispuesto su senda para que la
senda sea transitada sin mirar atrás para no convertirte en estatua de sal. Las
hojas del otoño fueron alfombrando lo que el viento dispuso y el ocre tejió una
estera sobre la que espolsarse las
huellas. De nada servirá no querer ver
lo que a todas luces es visible por más que nos duela. Sólo la caridad evitará
dar un portazo con el que los marcos de las puertas se verían afectados. No hay forma de ponerle
bridas a quien galopa a su antojo por la pradera sin límites. Es mejor la
opción de distanciarse de aquel garañón que no admite más reglas que las que su
sangre impone al bombear sin cesar. Quien no lo vea así, sencillamente, está
condenado al fracaso. No ha entendido que su tiempo no es este que las agujas
de un reloj intentan marcar y que se detuvieron hace tiempo. Siempre me dio resultado aceptarlo por más dolor que en alguna ocasión
tuviese que pagar como recompensa. Nadie
es dueño de nadie, ni siquiera cuando ese nadie, mantiene por caridad un
silencio que dañaría sobremanera a quien se daña a sí mismo y no lo quiere
aceptar.
Jesús(defrijan)
No hay comentarios:
Publicar un comentario