martes, 10 de noviembre de 2015


     Libre albedrío

Es ese estado que fluctúa entre las veredas de las verdades que cada cual utiliza como atuendo. Hace que el día a día sea un constante abanico de sorpresas sobre las que expandir tus deseos, tus anhelos, tus esperanzas. Y así todo sigue su curso por el cauce de arcilla que impermeabiliza al terreno para no erosionarlo demasiado. Los  caprichos para uno se convierten en agujas de brújula para uno mismo y sobre las puntas imantadas traza su ruta. Sabe que habrá tormentas a las que tendrá que plegar las velas para no sucumbir al naufragio. Sabe que  el cielo se cubrirá de nubarrones amenazantes cargados de granizas incomprensiones. Sabe que por la borda saltarán anhelos que otros hayan podido soñar y que no está dispuesto a desmontar en un último intento de no dañar. Bastará con dejar que la popa del bajel se muestre ante aquel que no quiera verse náufrago  entre los sargazos de la ilusión que yacen en los abismos silenciosos. La espuma se ha erigido como muro de salitres y no hay posibilidad alguna de regresar al mismo puerto que se dejó. Hace tiempo que los mensajes embotellados embarrancaron y el sol los fue destiñendo con la lupa del olvido. Los tatuajes que buscaron huecos en los brazos se han convertido en huérfanos  óbolos de un cepillo menesteroso llamado pena. Sí, puede que resulte cruel, puede que suene a cinismo, pero es la pura verdad. El albedrío ha dispuesto su senda para que la senda sea transitada sin mirar atrás para no convertirte en estatua de sal. Las hojas del otoño fueron alfombrando lo que el viento dispuso y el ocre tejió una estera  sobre la que espolsarse las huellas. De nada servirá  no querer ver lo que a todas luces es visible por más que nos duela. Sólo la caridad evitará dar un portazo con el que los marcos de las puertas  se verían afectados. No hay forma de ponerle bridas a quien galopa a su antojo por la pradera sin límites. Es mejor la opción de distanciarse de aquel garañón que no admite más reglas que las que su sangre impone al bombear sin cesar. Quien no lo vea así, sencillamente, está condenado al fracaso. No ha entendido que su tiempo no es este que las agujas de un reloj intentan marcar y que se detuvieron hace tiempo.  Siempre me dio resultado  aceptarlo por más dolor que en alguna ocasión tuviese que pagar como recompensa.  Nadie es dueño de nadie, ni siquiera cuando ese nadie, mantiene por caridad un silencio que dañaría sobremanera a quien se daña a sí mismo y no lo quiere aceptar.

Jesús(defrijan)

No hay comentarios:

Publicar un comentario