viernes, 6 de noviembre de 2015


     Elixires del  crecimiento

Cada vez que repaso aquellos años la sorpresa me asalta, la sonrisa aparece. No me cabe en la cabeza que aquellos elixires que contribuyeron a nuestro crecimiento se hayan visto relegados o estigmatizados como auténticos agentes nocivos para nuevas generaciones. Desde luego, doctores tiene la ciencia para opinar así, pero quizás el exceso de celo haya contribuido a su reclusión en la alacena del olvido inmerecidamente. Sería impensable hoy en día que a la mesa se sumase en el sector del infante ese vaso de vino rebajado con gaseosa que acompañaba nuestra comida y nuestra cena. Así mismo sería inimaginable el hecho de escanciar sobre la garganta dolorida aquel fluido que entre sus componente llevaba codeína y nos sanaba a las pocas tomas de modo milagroso y risueño. Por supuesto estaría penado el suministro de aquel vino quina que bajo advocaciones santorales abría los apetitos en el desganado de turno. Y qué decir de aquellas meriendas de sopa en vino rociado de azúcar que duraban escasos minutos ante la necesidad de jugar con las manos libres. Más de uno de nuestros progenitores se vería sometido a juicio inmisericorde ante tamaña aberración que nos convertiría en los adictos que no somos. Del Pelargón  o del Arobón, mejor no hacer sangre, porque seguro que también tuvieron parte de culpa de algún nacimiento de enfermedad que nunca sospechamos llegar a tener. El avance de los estudios nutricionales ha ido obviando algo tan simple como la normalidad y así nos parece lógico lo que no debería serlo. Damos paso a potingues fabricados con tanta pulcritud como falta de mimo y en ellos creemos a ojos ciegos para tranquilizar nuestra conciencia. Allí, además de una imagen atractiva, anidarán todo tipo de sustancias permitidas y no siempre beneficiosas alas que otorgamos categoría de panacea. La parte nociva de estos novedosos elixires se omite hasta el momento en el que salta a la luz la alarma sanitaria y entonces corremos desorientados buscando soluciones. Hemos cambiado aquellos dulces mínimos que simulaban ser botellas de licores envueltas en celofanes por sucedáneos de los licores mismos que lancen cantos de sirenas a quienes se sienten mayores. Hemos condenado a los caldos culinarios que compartían mesa y permitimos que las celebraciones en descampados vengan regadas por las variedades destiladas salidas del supermercado próximo.  Curiosa trasmutación la de negar en lo cercano y permitir en la ausencia. Igual no hemos sabido enfocar la luz sobre los peldaños del crecimiento y en base a proclamas castrantes han acabado bautizándose en elixires que se perdieron sin darnos cuenta camino de una edad adulta de la que ya no se puede regresar.

 Jesús(defrijan)

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