Elixires del crecimiento
Cada vez que repaso aquellos años la sorpresa me asalta, la
sonrisa aparece. No me cabe en la cabeza que aquellos elixires que
contribuyeron a nuestro crecimiento se hayan visto relegados o estigmatizados
como auténticos agentes nocivos para nuevas generaciones. Desde luego, doctores
tiene la ciencia para opinar así, pero quizás el exceso de celo haya
contribuido a su reclusión en la alacena del olvido inmerecidamente. Sería
impensable hoy en día que a la mesa se sumase en el sector del infante ese vaso
de vino rebajado con gaseosa que acompañaba nuestra comida y nuestra cena. Así
mismo sería inimaginable el hecho de escanciar sobre la garganta dolorida aquel
fluido que entre sus componente llevaba codeína y nos sanaba a las pocas tomas
de modo milagroso y risueño. Por supuesto estaría penado el suministro de aquel
vino quina que bajo advocaciones santorales abría los apetitos en el desganado
de turno. Y qué decir de aquellas meriendas de sopa en vino rociado de azúcar
que duraban escasos minutos ante la necesidad de jugar con las manos libres.
Más de uno de nuestros progenitores se vería sometido a juicio inmisericorde
ante tamaña aberración que nos convertiría en los adictos que no somos. Del
Pelargón o del Arobón, mejor no hacer sangre,
porque seguro que también tuvieron parte de culpa de algún nacimiento de
enfermedad que nunca sospechamos llegar a tener. El avance de los estudios
nutricionales ha ido obviando algo tan simple como la normalidad y así nos
parece lógico lo que no debería serlo. Damos paso a potingues fabricados con
tanta pulcritud como falta de mimo y en ellos creemos a ojos ciegos para
tranquilizar nuestra conciencia. Allí, además de una imagen atractiva, anidarán
todo tipo de sustancias permitidas y no siempre beneficiosas alas que otorgamos
categoría de panacea. La parte nociva de estos novedosos elixires se omite
hasta el momento en el que salta a la luz la alarma sanitaria y entonces
corremos desorientados buscando soluciones. Hemos cambiado aquellos dulces
mínimos que simulaban ser botellas de licores envueltas en celofanes por
sucedáneos de los licores mismos que lancen cantos de sirenas a quienes se
sienten mayores. Hemos condenado a los caldos culinarios que compartían mesa y
permitimos que las celebraciones en descampados vengan regadas por las
variedades destiladas salidas del supermercado próximo. Curiosa trasmutación la de negar en lo
cercano y permitir en la ausencia. Igual no hemos sabido enfocar la luz sobre
los peldaños del crecimiento y en base a proclamas castrantes han acabado
bautizándose en elixires que se perdieron sin darnos cuenta camino de una edad
adulta de la que ya no se puede regresar.
Jesús(defrijan)
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