Joaquín
Intentar retratar a un amigo siempre acarrea un riesgo que
se asume con placer porque los óleos de
las letras caligrafían por ti la amalgama de respeto y cariño con el que lo enmarcas. Pero en el
caso de mi amigo Joaquín, además, las anécdotas que a lo largo de la vida han
ido apareciendo se reúnen gozosas para dar muestra de ello y acreditar a ese
busto donde se esculpe. Podría decirse que desde la escasez de su talle se
vislumbra la enormidad de su talla a la hora de ser quien siempre va de frente
y no repara en nada más que en la ironía para sacarte del adormecimiento que
pudiese capturarte. Lanza puyas con el acero de la risa que hace propia y
expande a su alrededor desde bien pequeño. Ya en aquellos años de infancia fue
anticipando lo que guardaba gustoso al quejarse ante don Víctor del mal
ambiente que se respiraba por más leña que cargase la estufa en las horas
escolares. Su ceceo no resultaba incomprensible a los oídos de aquel pulcro
docente que pronto tomó medidas en forma de mandobles indiscriminados entre los
posibles causantes de aquel boceto de metano. Años después, convirtiéndose en
una réplica de juez justiciero en mitad de la explanada convertida en pista de baloncesto, decidió
secuestrar el balón y a la carrera salir en pos de la autoridad exigiendo
arbitraje ecuánime entre las dos ciudades rivales representadas por los flechas
prefalangistas. No hubo manera de pararlo y ni siquiera las advertencias
fraternales le hicieron rectificar. Días
después, un escorpión aburrido pensó que en la mano de mi amigo se extendía un
campo de pruebas de su aguijón y a tal efecto el escorpión murió. Sin duda su
veneno no pudo con los glóbulos de esta sangre que tanta energía bombea. Y la
bombea como si fuese la pieza de aquel seiscientos que desmontó y volvió
amontar incluyendo un bloque en el maletero para darle mayor agarre en las
curvas. Un genio, sin duda, que es capaz de camuflar un coche tuneado abrazándolo
varios bancales abajo a un olivo
centenario que sirvió de parapeto. Un genio danzarín capaz de danzar con un
vaso ancho sobre el cráneo a ritmo de pasodoble o rumba verbenera mientras el cinturón se
esconde bajo su ombligo y el bolígrafo asoma por el bolsillo de su camisa
dispuesto a firmar un nuevo acuerdo con quien se precie. Un genio que cabalga a
lomos del quad a modo de réplica de Lancelot en busca de la causa justa que
defender. Un amigo, en definitiva, que será capaz de versarte unos octosílabos con
los que azuzarte el ánimo y así puedas comprobar cuánto de sincero es su abrazo.
Jesús(defrijan)
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