miércoles, 4 de noviembre de 2015


      Joaquín

Intentar retratar a un amigo siempre acarrea un riesgo que se asume con placer porque los óleos de  las letras caligrafían por ti la amalgama de respeto  y cariño con el que lo enmarcas. Pero en el caso de mi amigo Joaquín, además, las anécdotas que a lo largo de la vida han ido apareciendo se reúnen gozosas para dar muestra de ello y acreditar a ese busto donde se esculpe. Podría decirse que desde la escasez de su talle se vislumbra la enormidad de su talla a la hora de ser quien siempre va de frente y no repara en nada más que en la ironía para sacarte del adormecimiento que pudiese capturarte. Lanza puyas con el acero de la risa que hace propia y expande a su alrededor desde bien pequeño. Ya en aquellos años de infancia fue anticipando lo que guardaba gustoso al quejarse ante don Víctor del mal ambiente que se respiraba por más leña que cargase la estufa en las horas escolares. Su ceceo no resultaba incomprensible a los oídos de aquel pulcro docente que pronto tomó medidas en forma de mandobles indiscriminados entre los posibles causantes de aquel boceto de metano. Años después, convirtiéndose en una réplica de juez justiciero en mitad de la explanada  convertida en pista de baloncesto, decidió secuestrar el balón y a la carrera salir en pos de la autoridad exigiendo arbitraje ecuánime entre las dos ciudades rivales representadas por los flechas prefalangistas. No hubo manera de pararlo y ni siquiera las advertencias fraternales  le hicieron rectificar. Días después, un escorpión aburrido pensó que en la mano de mi amigo se extendía un campo de pruebas de su aguijón y a tal efecto el escorpión murió. Sin duda su veneno no pudo con los glóbulos de esta sangre que tanta energía bombea. Y la bombea como si fuese la pieza de aquel seiscientos que desmontó y volvió amontar incluyendo un bloque en el maletero para darle mayor agarre en las curvas. Un genio, sin duda, que es capaz de camuflar un coche tuneado abrazándolo  varios bancales abajo a un olivo centenario que sirvió de parapeto. Un genio danzarín capaz de danzar con un vaso ancho sobre el cráneo a ritmo de pasodoble  o rumba verbenera mientras el cinturón se esconde bajo su ombligo y el bolígrafo asoma por el bolsillo de su camisa dispuesto a firmar un nuevo acuerdo con quien se precie. Un genio que cabalga a lomos del quad a modo de réplica de Lancelot en busca de la causa justa que defender. Un amigo, en definitiva, que será capaz de versarte unos octosílabos con los que azuzarte el ánimo y así puedas comprobar cuánto de sincero es su abrazo.

 
Jesús(defrijan)   

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