Por aquí, todo recto
A la sazón de la
noticia que habla de cómo un camionero letón, queriendo llegar a su país y
saliendo de Murcia ha aparecido en mitad de un bosque riojano, ha regresado a
mi memoria la imagen de aquel infeliz que por propia ilusión se convirtió en
guardia de tráfico. Dicen que era conocido y querido entre todos sus paisanos y
dadas sus cortas luces no pudo ver cumplido sus sueños de vestir de uniforme bajo ninguna disciplina castrense.
Tal era su dolor y tal la compasión que despertaba, que entre sus vecinos
optaron por remediar semejante desasosiego y sabiendo de su buen corazón le
facilitaron uno de bombero ya a punto de ser retirado por su uso excesivo.
Nadie vistió jamás con más orgullo y satisfacción tal prenda y en un acto probo de su valía se
aposentaba en el cruce existente entre La Alberca y Algezares. Allí movía a su antojo los brazos dando paso o
cortándolo bajo la aquiescencia de cuantos lo conocían y aplaudían su labor recompensando
así con benevolencia a tan singular personaje. Hasta aquel infausto día en el
que la prueba de fuego se le presentó de improviso en forma de camión Barreiros
de incontables ejes. Eran tiempos en los que las autovías escaseaban y los guía
por vía satélite ni se soñaban. De modo que aquel pobre señor, bastantes
esfuerzos realizaba ya desde su asiento de escai como para percatarse de si el uniforme era el reglamentario a un guardia
de tráfico local o no. La buena cuestión es que paró el camión, bajó la
ventanilla, recibió el saludo reglamentario de aquel prócer de la ley y le
preguntó por la ruta hacia Cartagena. Obviamente, el mapa que se le diseñó al “agente”
en su cerebro nada tenía que ver con el diseñado por el Ministerio de Obras
Públicas y para no pecar de falta de profesionalidad lo encaminó con un “todo
recto” hacia la subida al santuario de la virgen de la Fuensanta. Curva la derecha, curva a la izquierda, un
estrechamiento, otro más y de pronto, la explanada del santuario dominando toda
la vega murciana y ni rastro de señales cartageneras. La posibilidad de
retroceder resultaba una quimera absoluta y allí estaba es buen señor
implorando a la virgen una senda que le sacase
de aquel atolladero. Los minutos pasaron y la noticia corrió como la pólvora
por la falda de la montaña. Comentan los
testigos que el furibundo descendió a pie
en busca del susodicho que tuvo la precaución de refugiarse entre los limoneros
a la espera de que el temporal escampara.
De cómo logró descender el vehículo, no lo entiende ni la patrona de Murcia. Lo
que si será deseable es que en caso de
que el infortunado conductor ayer perdido decida viajar hacia Cartagena, por lo que más quiera,
que no haga caso a un señor vestido de bombero que en el cruce de rigor sigue
dirigiendo el tráfico.
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