viernes, 27 de noviembre de 2015


Estambul (…y 4º capítulo: El expreso de medianoche)

Y llegó el momento del regreso. La mañana se levantaba entre brumas y la somnolencia acompañaba a las instantáneas últimas a modo de diapositivas vivas que nos iba mostrando la ciudad como despedida. Los trámites pertinentes en la inmensidad de mostradores y todo en orden hacia las alturas en sentido de poniente. Llegamos a destino, casi todos. Mi maleta decidió perderse entre las innumerables cintas transportadoras y retrasar su vuelta. Quizás el haber estado recluida en la habitación le había  asignado un papel de presidiaria que no estaba dispuesta a lucir sin causa en su contra. Posiblemente se encontraba sobre los taburetes de algún establecimiento en manos de alguien que había decidido cambiar su contenido textil por todo tipo de artilugios tecnológicos de dudosa procedencia a la espera del incauto comprador. Quién sabe si no estaría impregnada de perfume a kebab mientras el supuesto secuestrador negociaba un último precio previo regateo. Quién podría asegurarme que no emprendería el vuelo de vuelta cargada con fardos plastificados de chocolate alucinógeno a mi busca. De repente la paranoia vino a acompañarme para vestirme a modo de remake en un redivivo Brad Davis sin autorización de Oliver Stone en el cambio de guion. La persistente melodía electrónica de Giorgio Moroder  tamborileando en mi cabeza no hacía más que añadir angustia a tal ausencia y todo tipo de explicaciones empezaron a prestarse como abogadas defensoras  ante un futuro e imprevisible rescate aduanero. Como si el destino quisiera bromear con mi inquietud, esa misma noche alguna cadena televisiva decidió proyectar “El expreso de medianoche” y añadir con ello desazón  a mi ánimo y así impedir el descanso reparador.  Amaneció y una nueva llamada logró concretar el modo de reencuentro y al cabo de unas horas, acudí a la aduana. Allí, en un rincón estaba sin muestra de haber sido violentada. Y a mi lado, guardando turno  educadamente una recua de muleros con aspecto más que sospechoso para aquellos ímprobos agentes que escrutaban rostros y calibraban las posibilidades de captura del delincuente que ejerciese de correo desde el cono sur. Allí mismo hube de desnudarla ante la atenta mirada del agente de turno y entre la ropa necesitada de detergentes asomaron de nuevo los enseres que a modo de recuerdos decidieron venirse conmigo para que nunca olvide que a orillas del Bósforo, sorteando a los intentos sísmicos de destruirla, existe una joya llamada Bizancio, llamada Constantinopla, llamada Estambul, de la que es imposible no sentirse cautivo



Jesús(defrijan)   

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