martes, 17 de noviembre de 2015


    Paco  L. B.

Me acabo de enterar de que has decidido por tu propia iniciativa emprender un último viaje y he considerado imprescindible salir al escalón de la puerta a despedirte. Y esta vez, amigo mío, volveré a vislumbrar tu bigote pulcramente recortado tras el parabrisas que tantas veces anticipó tu llegada. Atrás quedaron aquellas noches de verbena en las que a lomos de la servicial montura recorrías la plaza a modo de quijote festivo provocando la risa entre la algarada que conocía de tu simpatía. Atrás quedarán aquellos desplazamientos de madrugada en los que el ritmo del vals  lo dirigía San Cristóbal y tus manos expertas interpretaban los pasos al volante sorteando liebres desconcertadas. Atrás quedarán los pasos de rumba doliente entonados bajo la voz desgarrada de Bambino que reclamaba una pared que no dividiese corazones y un castigo implacable a todo desamor manifiesto. Atrás, en el maletero de tu recuerdo, atados con doble nudo , quedarán los innumerables actos de servicio en los que en más de una ocasión supiste auxiliar a quien auxilio necesitaba y  no era consciente de ello. La Umbría se entristece y la sombra del Castillo extiende crespones negros hacia las Hoces que tantos amaneceres prestaron en las noches de verano. Pocos como tú han sido capaces de anteponer la generosidad a la razón aún a costa de tu propia renuncia. Atrás quedan las vísperas nupciales en las que el frío se hacía extraño ante la llameante brasa que pedía paso para hacer compañía horas antes del sí quiero. Galán con estilo, con poderío, con saber estar, que nunca alardeó de ello por más méritos acumulados que llevase en sus  galones. Esa sonrisa picarona volverá a abrirte puertas  si es que alguna puerta se te fue cerrada  en alguna ocasión.  No estrás sólo porque nunca se sienten solos quienes han prodigado el abrazo sincero sin buscar más recompensa que la sinceridad devuelta. Has sacado el billete hacia el último destino y tu elección no admite réplicas ni necesita de más explicaciones.  Solamente me resta desearte  una buena travesía y para hacer más soportable tu adiós, si me lo permites, amigo Paco, desempolvaré los bongoes para intentar marcarte el ritmo mientras mis lágrimas se empeñan en brotar y el esfuerzo por evitarlas resulta infructuoso.  Esta vez  sí, esta vez, cantaremos a dúo  “voy a ponerme en los ojos un hierro candente, porque prefiero estar ciego mil veces,  que volver a verte” , y será la  última.

Jesús(defrijan)

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