Paco L. B.
Me acabo de enterar de que has decidido por tu propia
iniciativa emprender un último viaje y he considerado imprescindible salir al
escalón de la puerta a despedirte. Y esta vez, amigo mío, volveré a vislumbrar
tu bigote pulcramente recortado tras el parabrisas que tantas veces anticipó tu
llegada. Atrás quedaron aquellas noches de verbena en las que a lomos de la servicial
montura recorrías la plaza a modo de quijote festivo provocando la risa entre
la algarada que conocía de tu simpatía. Atrás quedarán aquellos desplazamientos
de madrugada en los que el ritmo del vals lo dirigía San Cristóbal y tus manos expertas
interpretaban los pasos al volante sorteando liebres desconcertadas. Atrás
quedarán los pasos de rumba doliente entonados bajo la voz desgarrada de
Bambino que reclamaba una pared que no dividiese corazones y un castigo
implacable a todo desamor manifiesto. Atrás, en el maletero de tu recuerdo,
atados con doble nudo , quedarán los innumerables actos de servicio en los que
en más de una ocasión supiste auxiliar a quien auxilio necesitaba y no era consciente de ello. La Umbría se
entristece y la sombra del Castillo extiende crespones negros hacia las Hoces
que tantos amaneceres prestaron en las noches de verano. Pocos como tú han sido
capaces de anteponer la generosidad a la razón aún a costa de tu propia
renuncia. Atrás quedan las vísperas nupciales en las que el frío se hacía
extraño ante la llameante brasa que pedía paso para hacer compañía horas antes
del sí quiero. Galán con estilo, con poderío, con saber estar, que nunca
alardeó de ello por más méritos acumulados que llevase en sus galones. Esa sonrisa picarona volverá a abrirte
puertas si es que alguna puerta se te
fue cerrada en alguna ocasión. No estrás sólo porque nunca se sienten solos
quienes han prodigado el abrazo sincero sin buscar más recompensa que la sinceridad
devuelta. Has sacado el billete hacia el último destino y tu elección no admite
réplicas ni necesita de más explicaciones. Solamente me resta desearte una buena travesía y para hacer más soportable
tu adiós, si me lo permites, amigo Paco, desempolvaré los bongoes para intentar
marcarte el ritmo mientras mis lágrimas se empeñan en brotar y el esfuerzo por
evitarlas resulta infructuoso. Esta vez sí, esta vez, cantaremos a dúo “voy a ponerme en los ojos un hierro candente,
porque prefiero estar ciego mil veces, que volver a verte” , y será la última.
Jesús(defrijan)
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