Florencia (capítulo I)
Como queriendo
retrasar nuestra llegada el viento de cola nos llevó a Pisa. Sin duda,
la bella Florencia, estaba acicalándose de tal modo que no tenía cabida entre
sus explanadas una presentación descuidada y a tal efecto se hizo de
rogar. Primeras luces serpenteando por
la Plaza del Duomo en la que Santa María
del Fiore lucía cúpula teniendo a sus pies
el Baptisterio de San Juan y a un costado el Campanario de Giotto. La vorágine del traslado nos llevó a una
fugaz visita a la inclinada Pisa y con el tiempo corriendo en nuestra contra
decidimos disfrutar del paseo por las orillas elevadas del Arno entre las
reverberaciones lunares que iluminaban el discurrir del agua. El Ponte Vecchio
dormitando con las persianas bajas a la espera de un nuevo día sobre el que
tender quilates y allá al fondo la silueta majestuosa del Palacio Pitti
recordándonos la grandiosidad del mecenazgo.
Vuelta atrás en busca del descanso con la sensación de no haber
descubierto lo que tanto se pregonaba y
por el perfil de los Uffizi, costeando las aceras, regresando en busca del
reposo. Y entonces sucedió el milagro. Conforme nos aproximamos, un sonido de
flauta travesera circulando de incógnito entre las esculturas de la Logia de la
Signoria frente a la fuente de Neptuno cobijando al dúo de palacios coronados
con escudos de armas de rancio abolengo. Un famoso David similar al original
dando muestras de dónde nos encontrábamos ejerciendo de maestro de ceremonias
ante tanta hermosura que testimoniaba por definitivamente las secuelas del
síndrome que la belleza desencadena. Instantes sublimes que paralizaron al
cansancio y anticiparon bajo las sombras lo que la luz del día tendría a bien
mostrarnos. Metros más allá, un Porcellino de bronce ofrecía su lomo a aquellas
parejas que seguían la estela de la leyenda frotándolo con fe. El agua manado como fuente de verdad
y todo el empedrado de la vía recogiendo la tibieza del agua caída mientras se
adivinaba a lo lejos el disfrute del aria que fue capaz de convertir en crédulo a quien siempre tuvo la irracional
idea de rechazar al arte. Las calles se fueron replegando de nuevo conforme la
noche se hacía dueña del decorado y Santa María Novella esperando su turno.
Parecía cómo que Dante visitase cada noche a su adorada ciudad para recordarle
cuánto le debía y cuánto le fue negado por quienes son incapaces de rumiar la
envidia que por dentro les corroe.
Jesús(defrijan)
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