domingo, 29 de noviembre de 2015


Florencia (capítulo I)

Como queriendo  retrasar nuestra llegada el viento de cola nos llevó a Pisa. Sin duda, la bella Florencia, estaba acicalándose de tal modo que no tenía cabida entre sus explanadas una presentación descuidada y a tal efecto se hizo de rogar.  Primeras luces serpenteando por la Plaza del Duomo  en la que Santa María del Fiore lucía cúpula teniendo a sus pies  el Baptisterio de San Juan y a un costado el Campanario de Giotto.  La vorágine del traslado nos llevó a una fugaz visita a la inclinada Pisa y con el tiempo corriendo en nuestra contra decidimos disfrutar del paseo por las orillas elevadas del Arno entre las reverberaciones lunares que iluminaban el discurrir del agua. El Ponte Vecchio dormitando con las persianas bajas a la espera de un nuevo día sobre el que tender quilates y allá al fondo la silueta majestuosa del Palacio Pitti recordándonos la grandiosidad del mecenazgo.  Vuelta atrás en busca del descanso con la sensación de no haber descubierto lo que tanto se pregonaba  y por el perfil de los Uffizi, costeando las aceras, regresando en busca del reposo. Y entonces sucedió el milagro. Conforme nos aproximamos, un sonido de flauta travesera circulando de incógnito entre las esculturas de la Logia de la Signoria frente a la fuente de Neptuno cobijando al dúo de palacios coronados con escudos de armas de rancio abolengo. Un famoso David similar al original dando muestras de dónde nos encontrábamos ejerciendo de maestro de ceremonias ante tanta hermosura que testimoniaba por definitivamente las secuelas del síndrome que la belleza desencadena. Instantes sublimes que paralizaron al cansancio y anticiparon bajo las sombras lo que la luz del día tendría a bien mostrarnos. Metros más allá, un Porcellino de bronce ofrecía su lomo a aquellas parejas que seguían la estela de la leyenda frotándolo  con fe. El agua manado como fuente de verdad y todo el empedrado de la vía recogiendo la tibieza del agua caída mientras se adivinaba a lo lejos el disfrute del aria que fue capaz de convertir  en crédulo a quien siempre tuvo la irracional idea de rechazar al arte. Las calles se fueron replegando de nuevo conforme la noche se hacía dueña del decorado y Santa María Novella esperando su turno. Parecía cómo que Dante visitase cada noche a su adorada ciudad para recordarle cuánto le debía y cuánto le fue negado por quienes son incapaces de rumiar la envidia que por dentro les corroe.

  Jesús(defrijan)

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