La mano de Fátima
La
verdad es que cuando un libro no te entra, pues eso, que no te entra. Y si no
lo hace es porque se asemeja a aquellas situaciones de la vida diaria que se
resumen en “lo que no puede ser no puede ser y además es imposible”. Como
cuando te empeñabas en alcanzar el beneplácito de alguien y te daba calabazas.
O como cuando insistías en seguir una ruta y te dabas cuenta del error una y
otra vez y no rectificabas. Pues así, así, más de doscientas páginas, y nada.
Si ya con “La catedral del mar” Ildefonso Falcones dejó a las claras sus dotes
de historiador novelista profundo en su recopilación de datos, aquí no iba a
ser menos. Se sube a las Alpujarras granadinas, diseña las desventuras de los
moriscos sublevados, elige a un chaval cuyas raíces mestizas le hacen ser
repudiado por todos y se lanza a la aventura de relatarnos los acontecimientos
subsiguientes. Subes y bajas de las cumbres a los llanos, pasas del frío a las
ventiscas, te conviertes en testigo de carnicerías y evitas las coces de los
mulos que acarrean enseres y trofeos de
aquí para allá y nunca le acabas de ver el despegue de la narración hacia ti
para apresarte. Como si el mismísimo paso por los desfiladeros marcase el
rumbo, las rutas se eternizan y la lectura invita al abandono. Miras hacia
delante y ves que te quedan demasiadas páginas y la pereza se convierte en tu
aliada. Ya te da lo mismo si al protagonista le llaman así o asá. Pasas de ver
si su padrastro le odia o le perdona. Evitas seguir el rumbo de los caprichos
del sultán huidizo. Asumes, definitivamente, que no estáis hecho el uno para el
otro. Fin, se acabó, hasta aquí, me rindo. Abandono Granada, cruzo el estrecho
que separa la diversión del tedio, guardo la cimitarra en el último rincón del
rincón último y cierro el cañón del arcabuz para que la pólvora no prenda.
Empiezas a intentar comprender al encargado de dar paso a la edición de tal
obra y regresas al dicho atribuido a Rafael Gómez, “ El Gallo”, cuando espetó aquel “ hay gente pa´tó”.
Evidentemente la hay en cualquiera de las vertientes que las lecturas
propician. Y con un poco de suerte, con cierta constancia como lector, aprendes
a distinguir lo comercial de lo exquisito. Te da igual si los números
superventas le dan crédito a una obra o se lo niegan. Te da lo mismo aparentar
ser un mediocre crítico o pésimo escribidor. Lo realmente importante es descubrir cómo eres lo
suficientemente libre para opinar y con ello aplaudir o rechazar una obra que
no deja de ser mediocre por muy superventas que se muestre. Lo peor de todo es
saber que trajiste de Túnez un amuleto de se llama exactamente así y no tiene
la culpa de tal coincidencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario