miércoles, 19 de diciembre de 2018


La mano de Fátima

La verdad es que cuando un libro no te entra, pues eso, que no te entra. Y si no lo hace es porque se asemeja a aquellas situaciones de la vida diaria que se resumen en “lo que no puede ser no puede ser y además es imposible”. Como cuando te empeñabas en alcanzar el beneplácito de alguien y te daba calabazas. O como cuando insistías en seguir una ruta y te dabas cuenta del error una y otra vez y no rectificabas. Pues así, así, más de doscientas páginas, y nada. Si ya con “La catedral del mar” Ildefonso Falcones dejó a las claras sus dotes de historiador novelista profundo en su recopilación de datos, aquí no iba a ser menos. Se sube a las Alpujarras granadinas, diseña las desventuras de los moriscos sublevados, elige a un chaval cuyas raíces mestizas le hacen ser repudiado por todos y se lanza a la aventura de relatarnos los acontecimientos subsiguientes. Subes y bajas de las cumbres a los llanos, pasas del frío a las ventiscas, te conviertes en testigo de carnicerías y evitas las coces de los mulos que acarrean enseres y trofeos  de aquí para allá y nunca le acabas de ver el despegue de la narración hacia ti para apresarte. Como si el mismísimo paso por los desfiladeros marcase el rumbo, las rutas se eternizan y la lectura invita al abandono. Miras hacia delante y ves que te quedan demasiadas páginas y la pereza se convierte en tu aliada. Ya te da lo mismo si al protagonista le llaman así o asá. Pasas de ver si su padrastro le odia o le perdona. Evitas seguir el rumbo de los caprichos del sultán huidizo. Asumes, definitivamente, que no estáis hecho el uno para el otro. Fin, se acabó, hasta aquí, me rindo. Abandono Granada, cruzo el estrecho que separa la diversión del tedio, guardo la cimitarra en el último rincón del rincón último y cierro el cañón del arcabuz para que la pólvora no prenda. Empiezas a intentar comprender al encargado de dar paso a la edición de tal obra y regresas al dicho atribuido a Rafael Gómez, “ El Gallo”,  cuando espetó aquel “ hay gente pa´tó”. Evidentemente la hay en cualquiera de las vertientes que las lecturas propician. Y con un poco de suerte, con cierta constancia como lector, aprendes a distinguir lo comercial de lo exquisito. Te da igual si los números superventas le dan crédito a una obra o se lo niegan. Te da lo mismo aparentar ser un mediocre crítico o pésimo escribidor. Lo realmente  importante es descubrir cómo eres lo suficientemente libre para opinar y con ello aplaudir o rechazar una obra que no deja de ser mediocre por muy superventas que se muestre. Lo peor de todo es saber que trajiste de Túnez un amuleto de se llama exactamente así y no tiene la culpa de tal coincidencia.

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