miércoles, 19 de diciembre de 2018


Perros de paja


Si por algo se caracteriza la filmografía de Sam Peckinpah es por utilizar la violencia como catalizadora de emociones de cara al espectador. Logra en cierta medida convertirte en cómplice de aquel a quien la violencia toma como rehén y buscas echar una mano a la justicia más allá de las legislaciones.  Se trata de vengarse de quien provoca el daño y sobran miramientos, parece su axioma. De modo que de entre toda su dilatada obra hoy hago parada y fonda en “Perros de paja” y que cada cual destile su mensaje. Él, allá por 1971, optó por llevar a la pantalla la novela de Gordon M. Williams. A lo largo de casi dos horas de duración Dustin Hoffman y  Susan George dan vida a una pareja que se instala en el pueblo de ella con la esperanza de dar profundidad a las investigaciones astrofísicas que él lleva a cabo. No entra en ninguna disputa que pueda distraerle de sus estudios por más que la tensión provocada por la intromisión violenta de varios individuos del pueblo haga aparición. Poco a poco, aquello que se habían imaginado como remanso de paz se empieza a tornar en un espacio asfixiante en el que se sienten coaccionados. Por más justificaciones y miradas a otra parte que el protagonista muestra hacia los acosadores la ruta sigue in crescendo y la desazón se apodera de los cautivos  de sus propios postulados. De nada sirven las oportunidades dadas al raciocinio a quienes no conocen más ley que la de sus instintos. Sin cortapisas. Buscan lo que no existe y la cuesta abajo se muestra como pendiente aceleradora de la reacción en cadena. Sí, puede que para algunos resulte excesiva la respuesta. Puede que el astrofísico al que da vida Hoffman haya perdido de vista la singularidad del comportamiento humano en la inmensidad del Universo que le tenía abstraído. Puede que sin esperarlo ni merecerlo haya aterrizado a la realidad en la que el mal disputa la supremacía al bien. Una vez rehecho, tras la incesante acumulación de descargos a favor de parte, todo se va al desván de la coherencia. Los códigos de las normas se abren a la posibilidad de ser respetados o vulnerados y la posibilidad de convertirse en intérprete de dichas leyes salta a la pantalla y la traspasa. Quizás  Sam Peckinpah tuvo claro a lo largo de su carrera que el ser humano es animal como paso previo a su racionalidad. Quizás Sam Peckinpah quiso sacar a la luz los demonios que todo ser humano acumula dormidos con la esperanza de que nadie los despierte. Quizás Sam Peckinpah conocía como pocos el poder que el deseo de justicia es capaz de imponer y dejó a futuro la reflexión personal de cada quien. No revelaré el final de la película por si alguien quiere comprobar personalmente su propia posición llegado el caso; yo tengo clarísima cual es la mía.

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