1. Lucía B.
De ella podría decirse tal cúmulo de virtudes que sonarían
a adulaciones falsas. Podría decir que permanece callada a la espera de la
aventura como si nada esperase, como si la decepción no entrase en sus
expectativas. Luce la estampa dominante que de su perfil se muestra cada vez
que te da la espalda. Comparte sueños y deja que seas tú quien los imagine para
no interferir en los mismos. Podría parecer un desdén y sin embargo quienes la conocen bien saben que no
es así. Mira con envidia a las semejantes que le aventajan en juventudes y
consigue apaciguar los ánimos de aquellas que ve envejecer sin asumirlo. Es la
que peina alguna cana como muestra de vida y de su silueta el negro destaca
como signo de elegancia. Suma experiencias para demostrar a más de uno el
porqué de su predilección. Sonroja su mirada pespunteando las pupilas como si
la eterna adolescencia presidiera sus actos. Ha sentido como propias las
desventuras que propiciaron duelos y del fondo de su corazón laten los
pensamientos que se acomodan cuando la huerfanean. Egoísta de caricias suele
ser quien las comparte en un duelo a tres del que se siente dueña y señora. Sabe
poseer a quien tuvo la suerte de cruzarse en su camino hasta niveles
insospechados de fidelidad absoluta. Conoce los vericuetos por donde los pasos
transitan tantas veces solitarios que es incapaz de sentir lástima por aquellos
que siguen sin demostrarle lo que ella ansía. Ha sabido ganar desde la pausa el
meritorio ronroneo que a modo de felina compañera te ofrece sin rechistar. Samaritana
de insaciables sedientos será la que permanezca a la sombra del hormigón cuando
la canícula pretenda hacerla rehén. Hoy que celebra su santo no puedo por menos
de reconocer cuánto valor tiene atesorado en el silencio de las escapadas
insensatas. Eternamente joven de espíritu será la amante fiel que velará tus
sueños por pronto que se avecine el alba. Una vez más, brindaremos juntos. Probablemente
crea descubrir en mí la alegría de saberme suyo. Probablemente ignore que
gracias a ella mis ojos se abrieron a la luz para dejar de ser el ciego que
durante tantos años fui. Seguramente habrá un mañana en el que ella hable de
cómo fue capaz de conquistar un corazón que jamás se atrevió a declararse
cautivo. Nuevamente un trece de diciembre recobra brillo. Nuevamente un trece
de diciembre vuelve a acelerar mis sentimientos. Noventa y ocho rosas serán la
prueba de mi más sincera alegría y de su inmensa satisfacción.
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