Primark y sus tickets de compra
Uno no deja de sorprenderse y
casi siempre la sorpresa lleva una carga absurda adosada que la hace más
absurda todavía. Y así fue el caso que
paso a relatar con la vana esperanza de que alguien se solidarice o se oponga a
mi razonamiento; tanto me da. Adquieren una prenda encargada por mí, la abonan
con tarjeta, llega a casa, dejo pasar unos días, me la pruebo, no me convence,
acudo a cambiarla. Y ahí empieza la conjura de necios versión dos mil dieciocho.
El ticket de compra, ni lo localizo, ni sé si ha decidido sumarse a la basura
diaria. Primera objeción que la chica del puesto de reclamaciones me hace. Viene
la encargada, repito el argumento, y le solicito que mire en sus archivos
cibernéticos a lo que aduce que no puede. Vale, entonces el problema está en la
capacidad de sus ordenadores centrales, en la desidia de la búsqueda, en la tozudez
de la norma. El ticket voló no se sabe
dónde y ni está ni se le espera. Tras de mí, varios reclamantes aguardan turno
y no me paro a comprobar si están de mi parte o de la parte contraria. Insto a
que alguien de rango superior venga a comprobar lo absurdo del tema y nadie
aparece. Este combate dialéctico amenaza con eternizarse y decido regresar con
la prenda que haré objeto de regalo a quien me plazca. Y entonces es cuando
rememoro aquella vez en la que tras más de un mes de caducidad de la compra de
un teléfono inalámbrico en el Corte Inglés, mi propuesta de devolución fue
atendida. No sólo atendida sino que además se me reintegró en moneda de calle
el importe de dicho aparato que superaba con creces al de la prenda en litigio.
Cuestión de clase, cuestión de nivel, cuestión de categoría o cuestión de adoctrinamiento
a los mandos encargados de diferenciar al cliente “tramposo” del cliente
despistado. O sea que todo radicaba en
la presencia de un minúsculo papelito testigo de mi compra en un puesto y todo
se admitía con mi sola palabra en otro diferente, muy diferente, como queda expuesto. Alguien ha confundido los
verbos vender y despachar y por más ingentes
cifras de ventas que obtenga no llegará jamás a ser catalogado como
establecimiento de confianza. Yo no sé nada de las teorías del márketing pero queda bien a las claras que
algunas están erradas, o herradas, como prefieran. La clase no se demuestra solamente desde un lado
del mostrador y la confianza en el cliente se gana con detalles absolutamente
opuestos al de dudar ante una reclamación que un trozo de papel desaparecido no
puede aportar. Revisen sus archivos informáticos y revisen las normas. Les irá
mejor, se lo aseguro.
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