domingo, 23 de diciembre de 2018


Primark y sus tickets de compra

Uno no deja de sorprenderse y casi siempre la sorpresa lleva una carga absurda adosada que la hace más absurda todavía.  Y así fue el caso que paso a relatar con la vana esperanza de que alguien se solidarice o se oponga a mi razonamiento; tanto me da. Adquieren una prenda encargada por mí, la abonan con tarjeta, llega a casa, dejo pasar unos días, me la pruebo, no me convence, acudo a cambiarla. Y ahí empieza la conjura de necios versión dos mil dieciocho. El ticket de compra, ni lo localizo, ni sé si ha decidido sumarse a la basura diaria. Primera objeción que la chica del puesto de reclamaciones me hace. Viene la encargada, repito el argumento, y le solicito que mire en sus archivos cibernéticos a lo que aduce que no puede. Vale, entonces el problema está en la capacidad de sus ordenadores centrales, en la desidia de la búsqueda, en la tozudez de la norma.  El ticket voló no se sabe dónde y ni está ni se le espera. Tras de mí, varios reclamantes aguardan turno y no me paro a comprobar si están de mi parte o de la parte contraria. Insto a que alguien de rango superior venga a comprobar lo absurdo del tema y nadie aparece. Este combate dialéctico amenaza con eternizarse y decido regresar con la prenda que haré objeto de regalo a quien me plazca. Y entonces es cuando rememoro aquella vez en la que tras más de un mes de caducidad de la compra de un teléfono inalámbrico en el Corte Inglés, mi propuesta de devolución fue atendida. No sólo atendida sino que además se me reintegró en moneda de calle el importe de dicho aparato que superaba con creces al de la prenda en litigio. Cuestión de clase, cuestión de nivel, cuestión de categoría o cuestión de adoctrinamiento a los mandos encargados de diferenciar al cliente “tramposo” del cliente despistado.  O sea que todo radicaba en la presencia de un minúsculo papelito testigo de mi compra en un puesto y todo se admitía con mi sola palabra en otro diferente, muy diferente,  como queda expuesto. Alguien ha confundido los verbos  vender y despachar y por más ingentes cifras de ventas que obtenga no llegará jamás a ser catalogado como establecimiento de confianza. Yo no sé nada de las teorías del  márketing pero queda bien a las claras que algunas están erradas, o herradas, como prefieran.  La clase no se demuestra solamente desde un lado del mostrador y la confianza en el cliente se gana con detalles absolutamente opuestos al de dudar ante una reclamación que un trozo de papel desaparecido no puede aportar. Revisen sus archivos informáticos y revisen las normas. Les irá mejor, se lo aseguro.

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